Carlos Rodríguez Nichols
El abuso sexual permea la sociedad de forma transversal sin distinción de clase social, situación económica o capacidad intelectual. Por tanto, dado que los abusadores proliferan en la heterogeneidad del colectivo social es imposible encasillarlos con etiquetas preestablecidas o perfiles determinados. No obstante, se sabe que la mayoría de las denuncias de abuso sexual proceden de los estratos menos favorecidos, ya que los individuos con condiciones privilegiadas tienen conexiones y recursos económicos para escapar a denuncias, detenciones y en última instancia a la justicia.
Para muchos, es incomprensible cómo estos sujetos con reconocimiento y poder se ven envueltos en esta espiral de humillaciones que deshonran las glorias y fama del pasado. Por eso, sus leales seguidores difícilmente pueden hacer una escisión entre el personaje merecedor de beneméritos y respeto, y el sujeto patológico al que imputan comportamientos depravadas o desequilibrios psíquicos, es decir, extravíos lujuriosos que coexisten con el perfil público de sobresalientes empresarios, brillantes estadistas y hasta nobles hijos de la patria. Individuos suficientemente integrados a la sociedad para mantener fachadas irreprochables o “vidas paralelas” en las que entrelazan vicios privados y virtudes públicas.
Indistintamente de la formación académica o éxito profesional, los abusadores sexuales son incapaces de controlar los impulsos más básicos del ser humano, esa animalidad humana que en ciertos casos pulsa de forma patológica, es decir son esclavos de su propio descontrol pulsional. Vergonzosa realidad que tarde o temprano sale a la luz cundo alguna de sus rapiñas se atreve a abrir la vedada caja de pandora, esa cripta imaginaria que el abusador pretende ocultar ante la mirada social. Así, el abusador camina al borde del precipicio desafiando el vértigo de su propia caída.
El abuso es una aberración que impide un razonamiento objetivo de la propia conducta, y, de los daños causados a otras personas con sus actos licenciosos. Transgresores que vulneran la intimidad de sus presas dejándolas atrapadas en una vorágine de sentimientos viscerales hacia el agresor, y hacia todos aquellos que optan por tener una mirada silenciosa frente a estos depravados acontecimientos. En otras palabras, acciones de sujetos desadaptados que conllevan consecuencias irreparables a las personas ofendidas, muchas veces acusadas de farsantes provocadoras o desviadas mentales.
Sin embargo, la ecuación cambia de forma abrupta cuando son varias las víctimas ultrajadas por el mismo agresor. En este caso, el incriminado difícilmente puede defender su aparente inocencia disminuyendo los hechos a banales “historias de faldas” como intentan eludir sus incondicionales cómplices en jergas machistas. Un reduccionismo de la verdad que no solo pone en evidencia el desequilibrio del abusador sino también el cinismo de los defensores.
Una vez más, en el abuso sexual se conjugan factores sociales, psíquicos, emocionales y variables del entorno más íntimo del agresor. Descréditos que se remontan a la estructura familiar de origen, tan primarias como el lugar que ocupa el padre en el desarrollo del abusador o la relación de éste con la figura materna; ambos, paradigmas emblemáticos en el proceso de socialización. Por eso, los abusos sexuales no se pueden limitar a comportamientos antisociales que requieren exclusivamente el castigo o el perdón de la justicia. No se trata solo de encerrar a estos agresores con exhaustas penas carcelarias, sino, realizar un profundo trabajo psicoterapéutico que permita ahondar en los submundos de las estructuras perversas. Si no es así, las posibilidades de reinserción social perecerán en el intento.
En todo caso, el abuso sexual exige abordajes multidisciplinarios que interpelen esta patología psicosocial desde diferentes aristas: biológico, emocional, psíquico y judicial. Se requiere seguimientos profesionales adecuados que permitan a la población agresora concientizar el patológico control de sus impulsos y los gravísimos daños a otras personas; mujeres, en su mayoría, a las que agreden vulnerando lo más íntimo de la subjetividad.