El sentimiento de“odio”, más vivo que nunca

Carlos Rodríguez Nichols

La creencia del hombre civilizado capaz de comprender las diversidades culturales es un mito o, en otras palabras, el falso “liberalismo” de la sociedad contemporánea. Hoy existen expresiones discriminatorias hacia minorías sexuales, razas y creencias religiosas que han resurgido con fuerza en el último lustro. Ante esta realidad, cabe preguntarse qué ha suscitado el florecimiento de la intolerancia y antipatía hacia ciertos grupos sociales después de décadas de pensarlas en el olvido o al menos enterradas en las desdichas del pasado.

No hay más que mirar los recientes incidentes antisemitas cometidos en Francia: tumbas franqueadas con esvásticas negras y rabiosos insultos lanzados contra la comunidad judía, todo esto, sumado a los agravios callejeros cometidos hacia entidades islámicas y a poblaciones migrantes afincadas en Europa. Conductas segregacionistas contra poblaciones determinadas, mayormente, entre fanáticos y seguidores de neoconservadurismos ideológicos. Este comportamiento de los sectores ultra conservadores no es más que el desvergonzado acto de desenmascararse; finalmente, quitarse la pesada coraza y presentarse públicamente como “racistas, ultraderechistas, homofóbicos y misóginos”. Los más osados incluso responsabilizan a las poblaciones minoritarias de la decadencia de Occidente. Poblaciones a las que señalan de lacras humanas.

A pesar que el ocho de marzo las principales ciudades fueron testigo de millones marchando por la reivindicación social de la mujer, el mundo aún es liderado por hombres, por machos alfas que imponen la supremacía de género. Dicho de otra manera, la superioridad masculina insiste en establecer una categorización jerarquizante de los grupos humanos, una estigmatización y rechazo a todos los otros, a aquellas personas que escapan a la heterogeneidad del colectivo social.

Sentimientos fóbicos hacia personas desarticuladas de las recalcitrantes normas impuestas por ciertos grupos de poder. Principalmente, un contundente rechazo a los movimientos que luchan por la igualdad de género y la aceptación de la sexualidad en sus diversas manifestaciones. Es decir, comportamientos que en términos generales amenazan la hegemonía del hombre blanco, heterosexual y dícese cristiano; primacía que se remonta a siglos y milenios de historia.

O sea, un rechazo social a los sectores incapaces de plegarse a los mandatados o preceptos socialmente establecidos. Sin más, sentimientos de animadversión a poblaciones que escapan al yugo impositor y a las conductas consideradas políticamente correctas, ¡aunque muchos de sus predicadores, en ámbitos privados, se comportan de forma absolutamente antagónica a la escala de valores que proclaman en vías públicas!

Pero el odio no se genera sólo de “arriba hacia abajo”. Esta animosidad tiene un efecto boomerang que produce rencor y resentimiento en el rechazado social. Así como los poderos utilizan sus herramientas para segregar a otros, también los segregados se valen de las medidas necesarias para vengar su encono, esa inquina de clase que intoxica tanto a la persona venenosa como a la colectividad de forma transversal.

Estos “descalificados de la sociedad” contratacan utilizando sus propias armas: homicidios, crímenes, rebeliones masivas y revueltas callejeras. Ejemplos vivos de este  descontento son las manifestaciones lideradas por el movimiento “chalecos amarillos” en Francia con posibles tentáculos al resto de Europa. Aversión al “otro”,  debido en gran parte a la cizaña sembrada por políticos interesados en complacer a sus bases electorales, sin medir las devastadoras consecuencias sociales de sus irresponsables acciones. Políticos que han polarizado a los pueblos entre ultraconservadores y progresistas, pobres y ricos, liberales y republicanos, socialistas y capitalistas: polarización de las sociedades primermundistas con serias ramificaciones a escala  doméstica e internacional.

Muchos pensarán que siempre ha sido igual. Posiblemente. El error fue pensar que el supuesto hombre civilizado de la era tecnológica había superado los toscos comportamientos trogloditas del pasado. No es así. Por más avances científicos, aún existe un grueso de la población mundial aferrada a ideologías conservadoras, en otras palabras, obstinados reaccionarios que se resisten a aceptar los cambios sociales.

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