Carlos Rodríguez Nichols
Cada vez más, el descontento de las mayorías se expresa en manifestaciones y revueltas callejeras contra las élites gubernamentales que favorecen principalmente a los estratos acomodados, es decir, sistemas que por inoperancia o excesiva codicia desestiman las necesidades de la mayoría en beneficio de los sectores minoritarios. Hoy, ¡la cuerda no da más y está a punto de reventarse en mil pedazos!
Las primeras décadas del siglo veintiuno han sido testigo de importantes rebeliones. Masivas manifestaciones en franca oposición al desproporcionado poder de grupos políticos y financieros frente a la realidad de masas en estado de vulnerabilidad. Ejemplos de esto dicho fueron las multitudinarias marchas opuestas a la intervención militar en Irak y Afganistán, así como la supuesta primavera árabe auspiciada por las naciones occidentales, y, causante en gran medida del desequilibrio socio político de Siria, actualmente al borde de una de las mayores crisis de la historia contemporánea.
Esto, sin olvidar las demostraciones de fuerza en las calles de Caracas desoídas por el régimen bolivariano, o las revueltas callejeras de los “chalecos amarillos” en Francia que cada sábado transforman las principales ciudades francesas en auténticos escenarios de vandalismo. Protestas en las que se escucha la voz de los sectores menos favorecidos, ante la miopía social de grupos de poder opuestos a cambios estructurales que menoscaban sus intereses económicos.
Las rebeliones de masas tienen mayormente dos fundamentos comunes: la corrupción de los gobernantes, y la desigualdad de oportunidades entre el sector privilegiado y la mayoría carente de herramientas necesarias para ascender socialmente. Ascenso, que requiere reformas que aboguen por la igualdad de derechos y oportunidades para todos los ciudadanos sin distinción de estrato o jerarquía social. Movilidad social que exige acceso a educación, salubridad y una alimentación equilibrada, si bien factores determinantes del desarrollo psicosocial de los pueblos. No se trata de implementar mediocres políticas públicas para acallar momentáneamente el creciente malestar ciudadano, sino ejecutar medidas con visión a futuro. Se necesitan escuelas con enseñanza de primer orden y centros hospitalarios con facilidades de última generación accesibles al grueso de la población, a la fuerza laboral motor del crecimiento.
Es inconcebible que las principales naciones productoras de petróleo tengan a una buena parte de sus pueblos en la indigencia, o que la nación más poderosa del planeta no proporcione servicios de salud gratuita a sus ciudadanos cuando invierte billones en armas de destrucción masiva. Tampoco, es comprensible que algunos industriales insistan en negar la crisis climática que aqueja a la humanidad con tal de favorecer réditos personales. En otros términos, la patológica voracidad de unos cuantos es causante del descontento social de la mayoría frente a los desequilibrios naturales que afectan al planeta.
Por eso, resulta inentendible que aún existan seguidores de políticos ultraconservadores que hacen oídos sordos al reclamo de gran parte de la humanidad opuesta a estas políticas extemporáneas. Dicho de otra manera, sectores de la población que en la era tecnológica e innumerables avances científicos aún defiendan “fascistoides” políticas supremacistas en beneficio de la raza blanca, un único Dios, y la exclusiva orientación heterosexual de los pueblos. Anacronismos que desacreditan cualquier expresión antagónica a los valores socialmente prestablecidos.
Frente a la anulación de los derechos de igualdad, las manifestaciones callejeras se convierten en el instrumento de los “ciudadanos de a pie” para hacer oír su voz, ese grito de indignación que reclama respeto y oportunidades de manera equitativa. Por eso, la importancia de escuchar “el lenguaje” que expresan las demostraciones callejeras, lenguaje muchas veces desacreditado por las élites gubernamentales y grupos de poder. Rebeliones que enuncian las carencias y disconformidades de los pueblos, es decir las necesidades y penurias de los sectores menos favorecidos, en muchos casos, los excluidos o desechos de la colectividad social.