Carlos Rodríguez Nichols
La educación incrementa el conocimiento y fortalece la interacción personal de los ciudadanos. A mejor educación mayor crecimiento personal y desarrollo de la colectividad. En otras palabras, la educación está estrechamente ligada a la prosperidad individual y consecuentemente de los pueblos. Para ello, hay que dejar atrás anacronismos milenarios y tabúes que interfieren con el pensamiento creativo y científico de las personas. Es necesario construir sociedades que promuevan igualdad de oportunidades sin distinción de genero y fomenten sólidas formaciones pedagógicas en poblaciones infantiles, ejes del progreso integral de una nación. Educar, entonces, es transmitir conocimiento, valores ciudadanos y la capacidad de discernimiento: elementos esenciales del sentido comunitario.
La educación fomenta la apertura mental de los individuos, el deseo de aprender y expandir el mundo personal más allá del entorno inmediato, es decir mayor comprensión de otras culturas, orígenes y formas de vida. El mundo es mucho más amplio que el circuito familiar, el barrio, el pueblo o la ciudad natal, por tanto, romper con este estrecho patrón circunscrito a un específico país, color de piel, credo religioso o inclinación sexual permite una visión más profunda del ser humano. El hombre, antropológicamente hablando, según se culturiza se aleja del estado instintivo, del ser primitivo reducido a un limitado perímetro existencial. Dicho en otros términos, la educación es una puerta hacia un vasto mundo de información que permite ampliar horizontes personales y entender la variedad de etilos de vida más allá de los conceptos inculcados en el seno íntimo de crianza.
La educación no se limita a conocimientos matemáticos, datos históricos o el uso y manejo de información memorizada. Educación es comprender y aceptar que la sociedad contemporánea está compuesta de miles de millones de hombres y mujeres con idiosincrasias tan distantes como la del hombre noruego, la mujer de Nairobi, o el niño en la pampa argentina; cada uno, expuesto a diferentes condiciones climáticas, razas, historias y entornos. Esto implica interiorizar el ínfimo lugar que ocupa la propia subjetividad en la inmensidad humana.
Aceptar esta realidad permite comprender las limitaciones de ese “supuesto podio cultural” en que algunos nacieron, o la necesidad de otros de escalar mejores oportunidades de vida. Comprender estas disimilitudes facilita la convivencia entre las naciones. Para eso, es necesario tender puentes comunes entre los pueblos: luchar por el medioambiente, respetar las diversidades y diferentes manifestaciones culturales, y, ante todo, superar pensamientos medievales absolutamente descontextualizados de la realidad del siglo veintiuno. Ahí, el lugar preponderante de la educación como herramienta de apertura global.
El Estado tiene que ofrecer educación pública de primer orden a sus ciudadanos indistintamente del origen social. Esto, requiere inversión material sostenible en capacitación del personal docente, es decir, un riguroso escrutinio de maestros y profesores en tanto forjadores de cimientos patria. La enseñanza es una vocación que exige un alto nivel de sacrificio, paciencia, tolerancia y habilidad para empatizar con poblaciones algunas veces muy complejas. Por tanto, si se quiere un resultado satisfactorio de educación ciudadana los instructores deben de ser sometidos a evaluaciones periódicas con el fin de valorar la labor profesional y la habilidad para transmitir conocimiento.
También, es necesario realizar inspecciones institucionales para medir la competitividad de coordinadores, dirección y cuerpo administrativo. Lo público no necesariamente significa desorden, desfalco o desorganización institucional. Esta forma de pensar es lo primero que hay que corregir para sanar el carcinoma de las entidades públicas. Muchas naciones del primer mundo han conseguido una educación pública ejemplar. Revisar estos modelos pedagógicos sería el primer paso para lograrlo porque es imposible pretender salir de la mediocridad con un sistema educativo “apenas pasable” o pobre en muchos aspectos. Un buen nivel de educación implica tener acceso a instalaciones bien equipadas, tecnología, información, archivos bibliotecarios y laboratorios científicos.
Invertir en la educación de los pueblos es la prioridad principal de los países en vías de desarrollo, para ello, hay que poner un freno a la corrupción de los gobernantes que se enriquecen desvergonzadamente a costa de manipular las arcas del Estado. Latinoamérica es ejemplo de esto dicho. Venezuela, uno de los principales países productores de petróleo del mundo, debería tener un sistema educativo modelo y excelentes centros de investigación a escala continental. México, en lugar de pasar el bastón de plata entre “desvergonzados y cínicos” cada sexenio, tendría que tener una de las mejores educaciones públicas de la región. Y, sin ir muy lejos, la primera potencia mundial debería proporcionar educación de primer orden a sus ciudadanos sin distinción distrital ni relegarla exclusivamente a instituciones que favorecen a sectores determinados de la población.
Esto no es comunismo, muy lejos de ello. Es responsabilidad ciudadana y sentido común comunitario. Mientras los políticos busquen favorecer a grupos categóricos para multiplicar su poder y tener control de las masas, la mayoría de los ciudadanos seguirán teniendo una educación mediocre y reducidas oportunidades de ascenso social: realidad que los inhabilita a salir de la escasez, la pobreza o incluso extrema miseria. Desafortunadamente aún existen millones de personas, multitudes alrededor del mundo, que se encuentran más cerca del instinto que de la cultura.