Carlos Rodríguez Nichols
El suicidio existe y se ha incrementado de forma exponencial en la última década. Según la Organización Mundial de la Salud alrededor de 800,000 personas se quitan la vida cada año, siendo la segunda causa de muerte en la población entre 15 y 29 años especialmente en países occidentales en desarrollo. “En Estados Unidos se produce un suicidio cada doce minutos, ubicándose entre las diez primeras causas de muerte en el conjunto de la población” (Clayton, 2019). Esto, sin contabilizar los intentos de suicidio que no se certifican de forma pública. Cifras alarmantes que resulta imposible reducir a simples expresiones de consternación.
Se requiere una mirada realista y acciones contundentes acerca del suicidio en poblaciones infantiles, adolescentes, adultos y personas de la tercera edad: un problema de salud sin distinción de género, edad o clase social. Sujetos que optan por salir de la escena vital ante la perplejidad de familiares, docentes, amigos y compañeros laborales. Por tanto, es necesario tomar conciencia del incremento del suicidio y sus nefastas consecuencias.
El acto de autoeliminación es resultado de la interacción de muchos elementos, coyuntura en que la depresión es factor sine qua non. En muchos casos, estados depresivos fruto de desorganizaciones bioquímicas que afectan el sistema nervioso central, es decir, trastornos mentales que aumentan la posibilidad de conductas suicidas y disminuyen la capacidad de autocontrol frente a acontecimientos determinantes: pérdidas parentales, quebrantos económicos, deudas, mermas laborales o desprestigios personales a escala social principalmente en figuras públicas. Esto dicho, sin olvidar aquellas poblaciones maltratadas o víctimas de abusos durante la infancia que arrastran el pesado lastre del abuso a lo largo de la vida. Desencadenantes de la depresión que en ciertos individuos culmina en intentos de autoeliminación o en suicidios consumados.
Claramente, el acto suicida involucra tanto al sujeto que violenta la propia vida como a su círculo cercano. Terceros, envueltos en un sinfín de inculpas e incriminaciones por no prestar la debida atención a posibles amenazas y advertencias suicidas o incluso por no impedir que el afectado pusiera fin de manera permanente a un problema muchas veces temporal. Por eso, la autoeliminación tiene profundas connotaciones negativas tanto en la persona que se quita la vida como también en los dolientes que por activa o pasiva fueron testigos de estos atroces sucesos. Sin duda, la muerte por autoeliminación tiene un inmenso efecto emocional sobre el entorno cercano del suicida, es decir, una espiral de emociones encontradas hacia la persona que opta por quitarse la vida de forma abrupta.
No se trata de hacer juicios de valor sobre aquellos que en estado de desesperación resolvieron saldar su propia historia. Profundas razones tendrían o suficientes miserias y desdichas habrán vivido para finiquitar su existencia, la vida, lo más preciado de todo ser humano indistintamente de situaciones azarosas del pasado, álgidos presentes o inciertos futuros. Desafortunadamente, no todos los sujetos tienen las mismas herramientas emocionales para enfrentar fragilidades vitales, algunas de ellas intolerables para ciertas personas.
Por eso, la importancia de escuchar el grito muchas veces silencioso en busca de auxilio, las lágrimas del niño asediado por el bullying escolar, el hueco negro en que se encuentra un ser cercano o el desprecio social que experimentan algunos por pertenecer a grupos minoritarios. Ahí, la necesidad de acudir a profesionales de la salud en busca de apoyo y acompañamiento a parientes y cercanos en el proceso de aceptación.
Una vez más, los índices de suicidio no se no reducen culpabilizando al suicida por sus acciones. En todo caso, se debe hacer una revisión escrupulosa de nuestras actitudes y conductas hacia ciertas personas o poblaciones. Ante todo, concientizar el daño irreparable que se puede hacer a aquellos desprovistos de las armas psíquicas necesarias para defenderse de las infamias causantes de profundos sufrimientos. El suicida no es un cobarde que huye de los problemas. Es un ser doliente incapaz de soportar su insostenible infortunio.
Referencias bibliográficas:
-CLAYTON, P, (2019), Conducta suicida, MD, Professor Emeritus, University of Minnesota School of Medicine.
-MAYO CLINIC, (2018), Suicidio y pensamiento suicidas, Mayo Clinic.org.