La doble moral

Carlos Rodríguez Nichols

La gran mayoría “desatiende” las malas acciones de personas socialmente reconocidas que actúan de forma contraria a lo que predican. Personas que faltan a la verdad y a los principios religiosos que firmemente defienden, es decir, comportamientos incongruentes con sus propios dichos. Claro ejemplo es la dualidad discursiva de las instituciones religiosas.

Fervientes alabadores de santidades que hacen caso omiso del abuso sexual de algunos referentes eclesiásticos: curas y obispos que por activa o por pasiva actúan en calidad de protagonistas o cómplices silenciosos de estas atrocidades sexuales. Por un lado, abogan por la familia tradicional y la fidelidad marital en franca oposición al divorcio y a medidas profilácticas para evitar descendencias no deseadas. Por otro lado, cometen la mayor infamia humana contra niños y adolescentes psíquica y físicamente incapaces de desoír el mandatado de estos supuestos representantes de Dios. Es tal el ultraje psíquico que obligan a los infantes a tener sexo con ellos en nombre del Padre.

Esta escoria debe de ser juzgada y sometida a los más estrictos mandatos de la Justicia, justicia estatal, si bien, las instituciones religiosas han demostrado absoluto encubrimiento a sus más cercanos militantes. Así cómo han callado el abuso y la perversión en sus propias filas vaticanas también han silenciado las millonarias sumas de dinero procedentes de entidades al margen de la ley, así como de personas cuestionadas ética y moralmente. No hay más que recordar el encubrimiento del Vaticano a movimientos nazis y fascistas durante la Segunda Guerra Mundial y el escándalo de la Banca Ambrosia en la década de los ochenta: desvergüenzas políticas y financieras en los que la Santa Iglesia Apostólica y Romana actuó “detrás de bambalinas”.

Los intramuros vaticanos esconden focos infecciosos desde siglos atrás, claro, ninguno ha tenido tanta exposición pública como los abusos a menores alrededor del mundo. Y no se trata de “fake news” o de información chatarra de las redes sociales, sino, verdades comprobadas que han costado a la Iglesia el descrédito y éxodo de millones de sus fieles, ahondado a astronómicas sumas de dinero retribuidas a víctimas de estos humillantes ultrajes. Según datos oficiales el 85% de los abusados son niños varones, dato que confirma la tendencia homosexual patológicamente reprimida en el Clero.

La Iglesia no puede seguir siendo el refugio de sexualidades malsanas vividas a puerta cerrada, sexualidad que en el púlpito se condena como el mayor de los pecados. Seres terrenales que se marginan de forma explícita del mundo carnal con el fin de ocultar tendencias no asumidas, es decir, naturalezas homosexuales constreñidas que consecuentemente brotan de manera perversa y enfermiza. La homosexualidad no es una desviación moral como insiste la Iglesia en condenar. Sin embargo, la perversión de algunos de los clérigos es sin duda una descomposición tanto del sujeto perverso como de la comunidad que lo encubre. A este punto cabe preguntarse si el hecho de esconder la sexualidad entre muros sagrados es una manera de huir de la mirada pública o si más bien los códigos y secretos vaticanos terminan de agravar el desequilibrio emocional y psíquico de muchos curas que ¡“pretenden” escapar del mundo carnal entregando su alma a Dios!

En todo caso, dualidades discursivas travestidos con púrpuras, joyas y ornamentos. Escenografía diametralmente opuesta al mensaje de honestidad, humildad, sencillez y santidad que según dicen las Escrituras caracterizaban a los próceres del movimiento cristiano. Esta algarabía de lujo y frenesí de poder dista del concepto universal de espiritualidad, riqueza interna, recogimiento, silencio, y transparencia. En otras palabras, una mentira generalizada que ha desvestido la podredumbre de algunos descendientes de San Pedro: contradicciones o más bien puntos nodales de la corrupción espiritual de muchos de los eclesiásticos, y de la congregación en tanto entidad religiosa.

Sin más, los valores materiales de la Iglesia no alcanzan para seguir sosteniendo este obsceno engaño. Falta a la verdad, no solo con el colectivo social y sus fieles seguidores, sino principalmente frente a Dios que según afirman: “todo lo Ve y todo lo Sabe”. Si es así, ¿qué pensará Dios de esta panda de bandidos, y de los atropellos cometidos contra los mandatos divinos, en el seno de la Iglesia ?

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