Carlos Rodríguez Nichols
La extrema derecha prolifera por el mundo entero. Se ramifica desde el norte de Europa hasta los confines del continente americano. Ultranacionalistas demagogos apuestan por discursos populistas dirigidos al colectivo social de forma trasversal. Apelan a los sectores rurales y a los clases medias urbanas, así como a los sectores más conservadores de la sociedad.
Por un lado, las clases obreras se sienten cada vez más defraudadas de las “nuevas izquierdas aburguesadas”, que han demostrado sed insaciable por el estatus que tanto odian y el dinero que siempre anhelaron. No hay más que mirar de cerca los falsos montajes escénicos de la familia Kirchener, el clan Chaves- Maduro y sus billonarios beneficiarios, así como la escandalosa fortuna de los hermanos Castro. Todos ellos a costa de pueblos sumidos en la pobreza y toda clase de carencias. Por otro lado, el inevitable hastío de las clases medias urbanas defraudadas de los partidos tradicionales de centro derecha incapaces de solventar las necesidades básicas de la mayorías: estabilidad laboral, sueldos acorde a los índices inflacionarios, y ante todo la esperanza de un ascenso social.
La suma de descontentos de los sectores rurales y urbanos han movido el péndulo político hacia la derecha, a una extrema derecha que enardece el ultranacionalismo y los supuestos “ideales tradicionales” aunque descontextualizados en el presente: oposición absoluta a la crisis ambiental, desregulación de medio ambiente, apertura y uso de parques nacionales para fines mercantilistas sin importar las consecuencias a largo plazo, menosprecio racial, oposición a la inmigración, absoluto irrespeto por la igualdad de género y los derechos de hombres y mujeres sin distinción de credo o predilección sexual, y obviamente oposición a la interrupción terapéutica de embarazos.
En otras palabras, acoso al “Otro” que no cumpla con los parámetros o paradigmas incriminados por esta suerte de cúpula política de carácter inquisitivo. Asimismo, esta clase política ultraconservadora es caldo de cultivo del sector más recalcitrante y ortodoxo de la sociedad. Aquellos que por décadas permanecieron en silencio obligatorio ocultando su admiración por caudillos extremistas, por xenófobos dictadores que jugaron con la humanidad a su antojo exterminando hombres, mujeres y niños según sus creencias, afiliaciones políticas o tendencias personales.
Esos miles y millones que alabaron los “aportes” de Adolfo Hitler a la economía alemana, al precio que fuera mientras no afectara el entorno personal. Neofascistas que aún admiran a Francisco Franco sin importar su doble moral: por un lado su estrecha relación con el Opus y la Iglesia Católica y por otro lado su encubrimiento al nazismo y a las atroces políticas de exterminio del Tercer Reich.
Por eso, uno de los errores más contundentes del Partido Socialista Obrero Español fue reclamar de forma insistente la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco que yacía en la inadvertencia de la mayoría de los españoles. Pedro Sánchez con su retórica oportunista quiso hacer del ex autócrata una des las piedras angulares de su campaña presidencial. Desafortunadamente, en política los resultados no siempre resultan como muchas veces se calculan: la exhumación de Franco avivó el fervor de los admiradores del dictador, de la extrema derecha, del ultranacionalismo y de ese amplio sector de la población inconforme con los partidos tradicionales. Esto dicho, le dio alas al animal ponzoñoso, le dio fuerza y posicionamiento a VOX, el partido neofascista liderado por Santiago Abascal, al punto de convertirse en la tercera fuerza política, duplicando el número de diputados en sólo once meses de presencia en la arena política española.
Pero esto no es todo. El reciente pacto entre el Partido Socialista Obrero Español y Unidos Podemos, acuerdo aún en fase embrionaria, es la interacción de dos movimientos izquierdistas, es decir, un acuerdo entre el socialismo moderado español, y el partido comunista ortodoxo marxista-leninista. Una jugada de alta peligrosidad ante la mirada de inversores extranjeros y, consecuentemente, frente al crecimiento económico español “en vilo” según la opinión de doctos en la materia.
Una vez, más el electorado no soporta las triquiñuelas y artimañas de los partidos constitucionales, caminatas a oscuras por callejuelas sin salida con tal de ocupar las altas esferas gubernamentales. La reciente negociación entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es una demostración de las tantas falacias y subterfugios de dos políticos sedientos de poder al precio y coste que sea; sin importar, obviamente, las consecuencias ni la estabilidad de la nación que pretenden presidir.
Este nexo aparte de ser contraproducente para la pujanza de España, uno de los 27 miembros de la Unión Europea, sin duda reforzará a corto y mediano plazo el posicionamiento y poder de la extrema derecha española. “Vamos por ellos”, es el lema que exclaman los fervientes seguidores neofascistas que conforman la nueva ultraderecha española.
Esta tendencia ultranacionalista no es la excepción a la corrupción, al deseo de poder ni a las confabulaciones partidistas. Pero, para muchos puede ser la manera de poner un alto y cortar con las mentiras, el clientelismo y las jugarretas descaradas de los partidos tradicionales instalados en el poder desde hace más de cuarenta años.