La irracionalidad del fanatismo neofascista

Carlos Rodríguez Nichols

Si algo tienen en común las religiones y las políticas neofascistas es el poder de convocatoria, conductas fanáticas que superan cualquier ápice de razón. Ahí, la conexión entre dos conceptos que interactúan de forma simultanea: religión y política. Estrategias ejercidas tanto por la Iglesia como por innumerables cultos populistas existentes. De esta manera, los movimientos políticos adquieren una suerte de aura religiosa en que se yuxtapone lo trascendente a las líneas de pensamiento o ideologías mundanas. Así, se intenta conjugar los ideales político civiles y los valores espirituales: nación, patria, moral y respeto por las tradiciones sociales y religiosas.

Doctrinas cimentadas sobre dogmas establecidas desde lo intuitivo, “fe a ciegas”, que supera todo pensamiento reflexivo sobre deidades o líderes políticos, indistintamente del nivel de educación de los seguidores. De ahí, las múltiples aseveraciones de autócratas que sin fingimiento alguno se autoproclaman representantes de poderes divinos. Es decir, se instaura una suerte de adoración a estos ídolos movilizadores de masas. Claramente, un apasionado fervor y exaltación sin dar mayor importancia a las erratas, bajezas personales y despotismos de “esta suerte de gurúes” hacia aquellos que se desmarcan de  sus rigurosas líneas establecidas. En otros términos, “los indeseables del sistema” que se posicionan contra los andamiajes institucionales de esta mafia política religiosa considerada “neofascismo clerical”.

Ideología dual que fusiona la doctrina política fascista con fundamentos teológicos y elementos religiosos: relación asociante entre ambos movimientos que brindan apoyo mutuo a las instituciones políticas ultranacionalistas y al corpus clerical. Claro ejemplo de fascismo clerical fue el régimen de Francisco Franco, constructor del nacionalcatolicismo como eje estructural de su ideología dictatorial. En las últimas décadas ha habido un reposicionamiento de las religiones, no solo de la Iglesia Católica Apostólica y Romana sino también de los diversos cultos existentes. Víctimas de sus propias falencias han sufrido una significativa pérdida de sus referentes estrictamente sagrado-religiosos, obligándolos a abrir nuevos canales proselitistas y nuevas formas de poder.

Actualmente, Brasil es escenario del empoderamiento del llamado cristofascismo: modulaciones cristianas ortodoxas ahondadas a posiciones racistas, misóginas y homofóbicas de carácter fascista. Este cristofascismo brasileiro utiliza un discurso asequible a las clases bajas, en su mayoría incultos e iletrados, para combatir a los enemigos de la fe, aquellos proclives a excesos de libertad que amenazan el proyecto tradicional familiar supuestamente contrario a los cimientos y valores de la nación.

El presidente Jair Bolsonaro es fruto de la interacción de organizaciones neofascistas y del poder ejercido por la Iglesia Evangélica, agrupaciones, movilizadoras de masas a gran escala que cuentan con el apoyo económico y estratégico de tentáculos exteriores. De esta forma, quedan desdibujadas las fronteras entre un movimiento y otro, donde la actividad religiosa adquiere fuerza política al entrelazarse en el tejido institucional estatal.

En otras palabras, se atribuye a los regímenes neofascistas rasgos de religiones políticas definidas por simbolismos, ritos, creencias y culto a un líder supremo. En fin, un cúmulo de mitos, héroes y fanatismo que determinan el perfil de estas formaciones políticas cargadas de un nacionalismo religioso. Así, lo sagrado está presente en el campo político y lo político amalgamado a preceptos religiosos. Realidad, en la que la política asume contenidos religiosos: exaltación a las virtudes y obediencia ciega al Estado, la Iglesia y su líderes. Líderes considerados excepcionales e irrefutables por las élites partidistas, al extremo de posicionarlos como hombres divinizados e inspiradores de masas. Más bien, instigadores que actúan por medio de las emociones y los sentimientos más básicos del ser humano, convenciendo a sus fieles seguidores acerca de la superioridad del hombre según el color de la piel, los antecedentes genéticos o credo religioso.

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