Carlos Rodríguez Nichols
Las masas latinoamericanas se levantan con fuerza contra la inequidad económica que polariza el colectivo social. Por un lado, la reducida franja más rica de las naciones se ha empoderado de forma exponencial frente a las carencias de un importante sector de la sociedad. Por otro lado, las clases medias consideradas el motor móvil del sistema capitalista se han desvalorizado: en muchos casos, incapaces de sostener el nivel socioeconómico que ostentaron en décadas pasadas.
Las razones de esta debacle social son numerosas: sobrepoblación en países en vías de desarrollo, reducidas posibilidades de promoción económica y consecuentemente incapacidad de ahorro. En el pasado, el ahorro era una de las varas de medición de ascenso social. Hoy, el endeudamiento y el crédito a plazos impide al asalariado común economizar con miras a futuro. Claramente, la globalización capitalista induce a las masas a consumir, comprar sin precedente alguno, invertir y gastar en artículos redundantes fuera del alcance personal o realidad salarial. Por eso, ¿habría que preguntarse si el desvanecimiento de las clases medias es causa del consumismo salvaje o si hay otros factores en juego?
Sin duda, el endeudamiento masivo se ha convertido en una de las herramientas mas eficaces utilizadas por entidades financieras para engrosar la relación “acreedores y adeudados”. Ante este escenario, enormes poblaciones apenas viven o llegan a final de mes con salarios incapaces de palear deudas crediticias o subsistir con penosas jubilaciones. A esta desproporción salarial, se suma un descarado abuso de poder de gobernantes, indistintamente, que militen en las cada vez más codiciosas y fallidas izquierdas, o derechas incapaces de proporcionar seguridad al ciudadano medio, a los hombres y mujeres de a pie que pululan las calles latinoamericanas.
Ante esto, en los últimos meses, una buena parte de las naciones latinoamericanas han sido testigo de levantamientos masivos, barricadas, homicidios y revueltas en Santiago, Bolivia, Quito y Bogotá. Sin más, un macabro escenario producto de la rabia social de miles y millones de ciudadanos que no ven una salida al obscuro túnel en el que se encuentran: mediocre educación pública; serias fallas en el sistema de salud; medios de transporte inadecuados para la cantidad de usuarios dependientes de transportación pública, y, en casos extremos, viviendas sin acceso a agua potable. Sin duda, este panorama se ha multiplicado con la entrada masiva de inmigrantes: en su mayoría, hombres y mujeres de estratos sociales desfavorecidos con niveles académicos elementales o prácticamente inexistentes. Es decir, mano de obra “pura y llana” a los que “detrás de bambalinas” se les considera intrusos de segunda o tercera categoría. Es decir, “la fuerza laboral esclavizada” del siglo veintiuno.
A estos “desclasados” hace cien años se les remuneraba con un pedazo de techo y un plato de comida. Hoy, en el mejor de los casos, se les paga con salarios inferiores a los sueldos mínimos establecidos, o se contratan en negro para reducir gastos fijos de empresas, industrias y actividades agrícola ganaderas. En otras palabras, un descarado abuso de poder de los sectores privados y entidades estatales que se benefician de estas turbas migratorias, hordas empobrecidas que huyen de hambrunas y conflictos político militares. Según información internacional, más de cuatro millones de venezolanos han huido de su tierra desplazándose a naciones colindantes. Países sudamericanos a los que irremediablemente han causado un desequilibrio social desde diferentes ángulos que se mire: sector salud, vivienda, educación, transporte y puestos laborales.
Es superfluo e irracional pensar que Maduro está patrocinando las revueltas callejeras de Santiago y otras ciudades latinoamericanas. El régimen chavista apenas subsiste auspiciado por Rusia y China: potencias, a las que Caracas debe alrededor de veinte mil millones de dólares. En todo caso, Pekín y Moscú son los “peces gordos” detrás de estos levantamientos sociales. Insurrecciones en las que Maduro y Raúl Castro “en el mejor de los casos” juegan un papel secundario en tanto representantes regionales del Kremlin y el gigante asiático: ambos potentados proclives a desestabilizar las instituciones democráticas locales en beneficio propio. Esto, sin olvidar el poder de narco-organizaciones lideradas por mafias locales, las cuales, son orquestadas por “hombres claves” de la cúpula venezolana, colombiana, brasileira y boliviana; esto dicho, para mencionar algunos de los actores más fuertes de este submundo latinoamericano.
Por tanto, el mecanismo estratégico de corrupción y abuso de poder no se limita a funcionarios públicos y al sector privado. Va más allá. Implica el posicionamiento de potencias internacionales con intereses geopolíticos en la región, y las múltiples organizaciones que actúan al margen de la ley. Todos y cada uno, interesados en una contundente porción del “pastel” económico Riquezas que no se circunscriben exclusivamente a la producción y venta de estupefacientes, sino también a la extracción de litio boliviano, el cobre chileno, la minería y el codiciado “oro negro” venezolano, y, vergonzosamente, la explotación del Amazonas con fines mercantilistas.