Carlos Rodríguez Nichols
La utilización de agentes biológicos contra naciones rivales y poblaciones determinadas se ha realizado a lo largo de la historia, especialmente durante las Grandes Guerras del siglo veinte así como en el período de la Guerra Fría. Décadas de obscurantismo imperialista en las que Estados Unidos y la extinta Unión Soviética desarrollaron agentes biológicos previamente experimentados por los nazis en campos de concentración. En las guerras biológicas se emplea intencionalmente virus, bacterias y productos tóxicos con el fin de ocasionar lesiones físicas y psíquicas a pueblos enemigos.
En 1941 Japón desarrolló bombas cargadas con agentes de la peste bubónica usadas contra los chinos, y siete años después la milicia judía Haganá liberó bacterias de tifus Salmonella causando un brote de tifoidea. Durante la Guerra de Corea, China y Corea del Norte acusaron a Washington de emplear armas biológicas a gran escala, entre ellas, el uso de insectos portadores de enfermedades letales. En otros términos, el uso de la ciencia epidemiológica en aras de destrucción de masas ha sido utilizada por las grandes potencias como estrategia de guerra en conflictos bélicos. Es decir, pone el conocimiento de la epidemiología al servicio de mentes retorcidas capaces de convertir los agentes infecciosos en armas biológicas destinadas a métodos de exterminio a gran escala; o sea, actos criminales que pueden desencadenar cuadros clínicos, enfermar e incluso matar a sectores vulnerables de la población. Así, estos “comisionados de la muerte” crean terror colectivo y desequilibrio en gobiernos de naciones antagonistas.
Los agentes biológicos no solo constituyen una amenaza sin precedente, sino pueden ser causantes de muertes de miles y millones de seres, afectando el medio ambiente en términos generales con secuelas económicas a mediano y largo plazo. De esta forma, los avances científicos en biología, tecnología e ingeniería genética permiten modificar y crear microorganismos resistentes a tratamientos, lo que dificulta cada vez más la búsqueda de vacunas y la radicación del fenómeno viral. Claro, los agentes biológicos afectan tanto al enemigo como a las propias poblaciones vinculadas a aquellos sectores donde el móvil infeccioso adquiere mayor fuerza y contagio. Según estos obcecados paladines imperialistas, algunas veces es necesario sacrificar un ínfimo número de los propios ciudadanos con tal de no incidir en mayores pérdidas económicas y detrimentos de la autoridad regional.
Ante esto, vale preguntarse si la actual sepa de coronavirus, de origen “desconocido” y aún sin protocolo de inmunización, es un agente biológico producido con fines políticos y económicos para disminuir a ciertos grupos de poder. Si fuese así, el coronavirus podría ser una estrategia del gigante asiático para poner un alto a las manifestaciones y revueltas callejeras llevadas a cabo en Hong Kong, rebeliones que han causado billonarias pérdidas de dinero a la potencia china amenazando la hegemonía continental de Pekín frente a las potencias occidentales. En este caso, el virus intentaría poner fin a las escandalosas protestas anti sistémicas contra el poderoso aparato estatal comunista chino.
También, serviría como instrumento de contención a las cometidas tarifas comerciales incurridas por Washington ante la silenciosa mirada global. En otras palabras, un ultimátum a la primera potencia mundial responsable de la descabellada guerra comercial entre Washington y Pekín, y el irrespeto de la actual administración estadounidense a los tratados internacionales. Sin duda, una efectiva estrategia para mostrar a la primera potencia mundial el alcance de China en la utilización de armas biológicas y el avance de Pekín y Moscú en inteligencia cibernética: estrategia capaz de interferir en elecciones de naciones rivales, ciertamente causante del menoscabo a la democracia occidental en gran parte del continente europeo y Latinoamérica.
Una vez más, la manipulación de agentes biológicos con fines bélicos se ha utilizado como armas letales desde la Edad Media. Sin embargo, en la actualidad, las redes sociales y los medios de comunicación globalizados potencializan el pánico colectivo a lo largo y ancho del planeta. Esto, sumado a la masificación de viajeros entre naciones y continentes: actores facilitadores de la transmisión del virus de forma exponencial sin distinción de raza, género, nacionalidad o estrato social. Siguiendo estos preceptos, todos podemos estar expuestos a estas pestes endémicas producidas sin el menor reparo en laboratorios clandestinos, al servicio de los intereses económicos y políticos de ciertos grupos de poder.