Carlos Rodríguez Nichols
El mundo está viviendo una de las crisis más amenazantes del siglo. Una guerra biológica en la que jóvenes y adultos sin distinción de género, escolaridad o clase social son víctimas de esta epidemia, que afecta de forma letal especialmente a los sectores más vulnerables de la población. Esta nueva cepa de coronavirus golpea tanto a países del primer mundo como a naciones en vías de desarrollo, estos últimos, con mayores limitaciones económicas, sociales y culturales para hacer frente a emergencias poblacionales. Millones que viven en estado de miseria, hacinamiento y carentes de las necesidades básicas. Esto, sin pasar por alto los cientos de miles apiñados en campos de refugiado sin acceso a agua potable y mínimas condiciones sanitarias facilitadoras de enfermedades contagiosas. En otros términos, aglomeraciones poblacionales sumado a falta de higiene, precaria alimentación y paupérrimos servicios sanitarios son el escenario perfecto para el desarrollo y dispersión del Colvid-19.
Según la Organización Mundial de la Salud aproximadamente un millón de personas alrededor del mundo se han infectado en las últimas tres semanas, dejando un saldo de casi setenta mil muertos a la fecha. Inquietante situación que excede la capacidad de centros hospitalarios y pone en riesgo la vida de amplios segmentos de la ciudadanía, entre ellos profesionales de la salud. En Estados Unidos se registran al día de hoy casi trescientos mil personas contagiadas con el Covid-19 y alrededor de siete mil muertos, es decir, el doble de las víctimas fallecidas en el atentado terrorista de las Torres Gemelas. Pero, no tiene sentido intentar minimizar ni comparar esta pandemia con acontecimientos trágicos del pasado: sería una estrategia fallida y carente de todo respeto. En la actual guerra biológica todo tiempo perdido conlleva un alto costo de vidas y mayor propagación del virus.
Ante esta epidemia global, el mundo requiere de líderes que afronten esta epidemia de manera responsable. Por lo tanto, no es el momento para disparatadas elucubraciones, ideas irracionales, pensamientos mágicos, ni mucho menos proyecciones anecdóticas. En tiempos de emergencias nacionales se requiere de políticos capaces de trasmitir seguridad a los ciudadanos. Gobernantes capaces de ponerse en el lugar de las familias desoladas, y con la suficiente algidez mental para resolver las consecuencias sociales y económicas que desbordan a una gran parte de la población. Sobre todo, se necesita políticos con inteligencia emocional y habilidades sociales para comunicar mensajes claros a la ciudadanía. Ante todo, gobernantes que sepan callar cuando carecen de conocimientos profesionales especializados. No son tiempos para imprevisiones, continuas contradicciones ni erratas cometidas por hablar a la ligera.
La emergencia mundial generado por el Covid-19 exige un líder a la cabeza del mundo respetuoso de la rigurosidad científica, en clara oposición a teorías baldías de carácter populista: demagogias infundadas que exponen a sus pueblos a graves consecuencias sanitarias por desoír evidencias de carácter investigativo. Se necesita un líder capaz de unir a la comunidad de naciones bajo un misma metodología de acción, indistintamente de colores políticos o paradigmas ideológicos.
Los países occidentales deben trabajar de forma conjunta para afrontar las derivaciones sociales y económicas que golpean a la humanidad y amenazan un futuro sombrío. Desafortunadamente, muchos van a morir. Los sobrevivientes tendrán que asumir las pérdidas de seres queridos, y los lastres económicos que afectarán a la gran mayoría. En otras palabras, un caos socioeconómico del cual tomará meses o incluso años salir a flote.
Niños y adolescentes, adultos y ciudadanos mayores naufragan en océanos de incertidumbre. Cada uno, carga sobre su existencia la espada de Damocles. Arma filosa que pende sobre la cabeza de ricos, pobres, letrados o analfabetas. No importa el origen ni los muchos o pocos privilegios que tengan. Todos, indistintamente de las cualidades personales, viven esta muerte silenciosa en la soledad de su propio aislamiento.