Carlos Rodríguez Nichols
La humanidad está enferma de codicia, de un insaciable deseo de tener más, cada vez más. Por eso, la gente consume productos innecesarios con el único fin de llenar la falta, ese faltante que nunca termina de satisfacerse. Es decir, se intenta saciar “el interminable vacío” subordinándose a los parámetros consumistas de una sociedad mordazmente neurótica.
El mandato es muy claro: producir, consumir, desechar, y, ante todo, gastar hasta lo que no se tiene. Un derroche de dinero y objetos que movilizan la economía sin importar los efectos colaterales de miles de millones de productos basura que mal-nutren a las mayorías, a multitudes incapaces de ponderar las consecuencias de estas tóxicas ingestas. Miopes industriales cuyas miradas están dirigidas a enriquecer sus intereses personales sin medir los perjuicios socio ambientales: crisis climática, contaminación de ríos y océanos y polución de grandes urbes. Mientras el modelo económico esté enfocado hacia el exclusivo enriquecimiento de un segmento de la sociedad, sin duda, prevalecerá la inequidad de los pueblos, desigualdad cada vez más profunda.
Este unilateral esquema socioeconómico conlleva serias implicaciones. A largo plazo, afecta tanto a las mayorías desfavorecidas como a los sectores privilegiados: aumento de la criminalidad, odio de clase, inseguridad ciudadana, sub economías y actividades al margen de la ley; en síntesis, sociedades malsanas en las que los individuos toman la ley en sus manos con tal de sobrevivir.
Se requiere un contundente cambio sociocultural y una reestructuración del orden global. No se trata de implementar modelos comunistas obsoletos ni izquierdismos venenosos setenteros; sino, más bien, fortalecer el sistema capitalista de forma más humana y progresista. Un capitalismo a favor del desarrollo industrial y tecnológico que beneficie a los sectores privados y al grueso de la población. Un giro socioeconómico que favorezca el bien-estar de los amplios sectores sociales.
Si no se logran estos cambios, el mundo seguirá padeciendo desigualdades, conflictos sociales, destrucción ambiental y epidemias; pandemias, que dejan profundas huellas en los sistemas sanitarios, los mercados financieros y la psique de los pueblos. El COVID-19 es claro ejemplo de esto dicho. Ante esta realidad habría que preguntarse:
¿Volverá el mundo a vivir el mismo desenfreno económico, el excesivo consumo de productos, muchas veces innecesarios, a precios escandalosos? ¿Seguirá la humanidad intoxicando los mares con toda clase de desechos plásticos, y produciendo cuerpos obesos fruto de “alimentos” con grasas saturadas, preservantes químicos y manipulados genéticamente? En fin, ¿continuará el hombre destruyendo-se, envenenado el planeta de forma irresponsable, ahogando a la humanidad en pobreza, y excluyendo a una buena parte de los pueblos de las necesidades básicas?
Una vez más, se necesita dar un paso hacia un capitalismo más humano y menos egoísta, a políticas públicas que aboguen por la seguridad socioeconómica de las mayorías y no solo el empoderamiento de unos pocos: ese capitalismo salvaje que ha globalizado el poder de las minorías, de unos cuantos que imponen las reglas de juego pero son incapaces de fortalecer los cimientos de las clases medias y desfavorecidas. En otras palabras, se requiere un nuevo esquema de globalización, un crecimiento más integral e incluyente con mayores posibilidades de asenso profesional y una distribución de ingresos mas equitativa. No es rebosando a la gente con “comidas chatarras”, ni tampoco inundando los mercados con teléfonos celulares y toda clase de baratijas, como progresan los pueblos.
Si se pretende construir pueblos educados, capaces de caminar al ritmo de la vanguardia científico-tecnológica, entonces, hay que proveer formación académica y servicios de salud pública de primer orden: las herramientas más eficaces para cultivar ciudadanos cultos y responsables. Sin más, un sistema socioeconómico en el cual los ciudadanos tengan mayor acceso a los avances y frutos del desarrollo.
Esto no es comunismo, largo de ello. Es capitalismo inteligente. Un capitalismo con mirada a futuro que beneficie a productores, industriales, empresarios, y también nutra de forma sana y equilibrada las mentes y organismos de las mayorías.