Delirio político

Carlos Rodríguez Nichols

Los actuales políticos populistas y sus acérrimos seguidores rozan el delirio,  “delirio compartido” donde unos y otros son copartícipes de este desquicio opuesto a toda lógica y pensamiento racional. Maquinaciones y tejemanejes en las que demagogos y aduladores construyen un corpus ideológico desconectado de la realidad. Es decir, fabrican una realidad paralela a la verdad, a postulados establecidos y certezas colectivas. En otras palabras, una ficción que se basa en guiones o narrativas ilusorias cargadas de imaginación en las que “tirios y troyanos” se cubren con el mismo manto de mentiras. 

Esta suerte de yunta electoral tiene más de compadrazgo oportunista que estrategia política. En otros términos, megalomanía con la que intentan tapar la demagogia populista y la complicidad de sus partidarios. No es nada nuevo, las políticas segregacionistas han existido a lo largo de la historia y aún son plausibles por bandos extremistas: comunistas trasnochados que perdieron el norte político y la venenosa ultraderecha a contra pelo de la ciencia y el bienestar social de las mayorías. Nacionalistas que alaban a cínicos dictadores propagadores de odio y venganza y por otro lado se persignan y encomiendan a los santos. En otras palabras, ¡“el que mata y reza, empata”! Nada más claro que la otrora relación político religiosa de Franco y Pinochet con el Opus, y actualmente Bolsonaro con la Iglesia Evangélica: control masivo de los pueblos por medio de autoridad, fuerza, pecado y culpa. Es decir, una farsa discursiva de todo ángulo que se mire.  

Delirios políticos dirigidos a espectadores que hacen oídos sordos, a públicos carentes de profundidad de pensamiento alimentados por la codicia e intereses de grupos de poder. Discursos adaptados a las necesidades de poblaciones rurales, clases medias urbanas y los sectores conservadores de la sociedad. Masas incapaces de cuestionar la veracidad de sus líderes ni tampoco capacidad de análisis para diferenciar fundamentos de falsos andamiajes. Rebaños humanos deslumbrados por oratorias hechas a la medida, guiones, en los que no importa el contenido que se diga, sino el impacto y eco de las palabras. No hay evidencia más clara de esto dicho que la deshonesta campaña electoral estadounidense.

El presidente de la primera potencia mundial pone en materia de duda la seguridad y eficacia de los servicios secretos, las entidades de inteligencia y el profesionalismo del sistema electoral. Durante cuatro años ha desacreditado la institucionalidad de Washington frente a potencias rivales. En lugar de haber construido un mejor sistema de correos durante su presidencia, se limitó a desvalorizar y denigrar la integridad del sistema norteamericano, acusando de fraudulentas las elecciones presidenciales y al partido opositor, como si se tratara de una contienda electoral en una republica bananera tercermundista.

Después de semejante pobreza de liderazgo, queda claro que China, Rusia e Irán están al tanto de las flaquezas internas de Estados Unidos: “tierra virgen” para un ataque cibernético y biológico, o, en el mejor de los escenarios la posibilidad de inmiscuirse en el “entredicho” aparato electoral a favor de uno u otro candidato. A todas luces, lamentable vergüenza de tan cuestionado personaje que, día a día, desacredita la política de Estado a los más bajos niveles de vulgaridad; conducta contraria a su investidura como el supuesto hombre más poderoso y respetado del mundo.   

¡Ahí, la diferencia entre vulgar populismo de espectáculo y la popularidad decorosa de un mandatario serio y responsable!    

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