Carlos Rodríguez Nichols
No todos los psicópatas son criminales o delincuentes. Hay unos cuya incidencia criminal no es parte de su perfil psicopático, lo que les permite interactuar dentro de los cánones sociales con mayor desenvolvimiento. Estos psicópatas subclínicos o integrados cumplen con los criterios de personalidad psicopática aunque no tengan antecedentes homicidas. Es decir, individuos ajenos al ámbito delictivo, con las herramientas necesarias para tener un estilo de vida socialmente “correcto”.
No obstante, el comportamiento de los psicópatas integrados causa un severo impacto en las personas de su entorno íntimo o ámbito laboral. Los psicópatas en términos generales se caracterizan por conductas manipuladoras, que utilizan de forma brillante para alcanzar sus cometidos. No les importa las consecuencias de sus retorcidas estrategias, con tal de lograr sus propios intereses o apetencias personales. En muchos casos, intimidan a parejas, familiares y subalternos valiéndose de comentarios pasivo-agresivos o burdos maltratos psicológicos.
Los individuos con rasgos psicopáticos de la personalidad difícilmente van a aceptar sus fallas o erratas cometidas. El “otro” siempre es el culpable. También, debido a su incapacidad de empatía no pueden interiorizar las emociones de terceros. Son incapaces de comprender el daño que causan a las personas, y carecen de las aptitudes necesarias para contener emocionalmente a otros.
Sin embargo, cuando los psicópatas ven la posibilidad de un crecimiento personal o ascenso social, en ese caso, utilizan las herramientas más sutiles para acercarse, adular y hasta “medio enamorar” a la nueva presa: una constelación de falsas ilusiones y mentiras lo suficientemente creíbles para abonar sus aspiraciones. Claro, este teatro del absurdo funciona o al menos es más eficaz en personas con importantes carencias. Los psicópatas saben enredar a sus elegidas en macabras novelas de amor: las enamoran y luego las desprecian hasta hacerlas acabar en peligrosos vacíos existenciales. Por eso, a algunas de sus presas les es muy difícil romper de manera definitiva con estos sombríos personajes.
En un principio, los psicópatas pondrán en acción su dominio discursivo: dicen las palabras justas en el momento adecuado para enganchar a “otros” en su ambiciosas metas. Les dicen lo que quieren escuchar y halagan, las pocas o muchas cualidades, hasta finalmente atraparlas en sus redes. Después, poco a poco, las empiezan a minar con toda clase de menosprecios; muchas veces, las llevan a auto desvalorizaciones personales, codependencia y, en casos extremos, anulación de la subjetividad.
La distorsión conductual de los psicópatas es producto de su frialdad emocional, inseguridades sexuales y complejos de inferioridad social. Desequilibrios de la personalidad que intentan esconder con bravuconadas y altanerías. Debido a sus narcisismos patológicos, los psicópatas no aceptan un NO por respuesta ni tampoco el lugar de perdedores.
El anhelo de fama y poder los captura a niveles irracionales. Por eso, la necesidad de controlar el tablero en todo momento: fichas o más bien peones que movilizan a su antojo, y tarde o temprano arrojan al olvido. Después de todo, ya vendrán otros que ocupen esos supuestos podios de privilegio.
Los psicópatas venden una imagen edulcorada de ellos mismos. Se presentan más inteligentes de lo que realmente son. Y, con esa pátina de refinamiento o savoir faire que los caracteriza, envuelven a algunas personas en su mundo de fantasías; ficciones que muchas veces rallan en comportamientos delirantes y conductas histriónicas. Tampoco, son tan ricos como aparentan ni tan íntegros como pretende ser. Si se les observa con mirada aguda, no son más que una farsa versión de lo real. Farsantes que van por la vida conquistando adeptos que alimenten su sed de poder y anhelo de estar. ¿Estar adónde? Quizás ellos mismos no lo saben. Al final, no tienen un lugar definido porque no pertenecen aquí ni allá. Por eso, la imposibilidad de estas retorcidas personalidades para formar sólidos lazos sociales y compromisos estables a largo plazo.
Constantemente, transgreden las normas sociales y caminan a contrapelo de los códigos establecidos: comportamiento arrogante característico de los mundos bizarros que habitan, con el único fin de escandalizar a diestros y ambidiestros de su propio entorno. Después de todo, en sus mentes obtusas, lo que otros digan de ellos no tiene cabida, lo importante es que hablen; bien o mal, pero que no dejen de hablar.
