Batallas ideológicas

Carlos Rodríguez Nichols

El reciente asesinato del afroamericano a manos de tres déspotas policías blancos es uno de los miles de homicidios en las calles estadounidenses. La muerte de George Floyd no se limita solamente a un problema racial; en todo caso, es el detonante que rebalsó el enojo colectivo contra la barbarie de la autoridad ante la mirada ciega de los sectores privilegiados. En otras palabras, defenestró una manifestación social frente al abuso de poder de las élites políticas, ejes de un sistema que dicta ser igualitario y equitativo, pero, es todo menos imparcial y distributivo. 

Detrás del brutal asesinato de Floyd se esconden una serie de cabos sueltos, que se remontan a décadas y siglos de exclusión. Minorías relegadas a las “segundas filas” del aparato social, en su mayoría proscritas a los anillos marginales escenarios de delincuencia, narcotráfico y prostitución. Realidad social en que la pobreza al rojo vivo es el elemento resonante de ese mundo bizarro. Es decir, entornos en que las poblaciones desfavorecidas son víctimas y victimarios de la umbrosa escoria social. 

Las protestas a lo largo y ancho de Estados Unidos con repercusiones en el mundo entero, no fueron solo actos de duelo por la muerte de un desconocido. Son expresiones del descontento global frente a políticas de orden dictatorial en naciones supuestamente democráticas, aunque en muchas ocasiones  irrespetuosas de los fundamentos y pilares de la república

Este descontento  no se limitó exclusivamente a marchas de orden pacífico. Detrás de ellas habían grupos extremistas de izquierda y derecha, organizaciones antifascistas y grupos neonazis, milicias armadas encubiertas, anarquistas, mercenarios, y también saqueadores de bienes en tiempos de pandemia y altísimo índice de desempleo. Es decir,  movimientos antisistema orquestados por extremistas ideológicos sagazmente infiltrados entre los defensores de la equidad racial y derechos de las minorías. 

Minorías que a la fecha se rigen por cánones impuestos por los sectores dominantes; mayormente hombres blancos, cristianos, políticamente conservadores,  con el poder económico y social para legislar a favor de sus interese personales y las élites privilegiadas a las que pertenecen. Para estos, los “otros” son simplemente sujetos de inferior estatura social a los que consideran y tratan de forma discriminatoria. Aún en el presente, indígenas y negros en países tercermundistas son testigo de escabrosas condiciones semejantes a las que vivían esclavos en siglos pasados. Hoy, los excluidos sociales gozan de una “libertad” que les permite mayor movilidad aunque siempre encadenados a la miseria con escaso acceso a servicios de salud, educación, y, en casos extremos, posibilidad de cubrir las necesidades básicas. En otros términos desechos de la sociedad.

No es suficiente aceptar y confirmar el maltrato de las autoridades y grupos de poder contra las minorías. Se requiere un profundo cambio cultural que respete las diversas identidades y la igualdad de derechos sin distinción de credo, color de piel, preferencia sexual o posición social. Al fin, nadie vale más por tener ventajas socioeconómicas o pertenecer a los sectores de poder. 

Los hombres y mujeres, adolescentes y niños del futuro no pueden volver a presenciar la brutalidad vivida durante las últimas semanas en Estados Unidos, la primera potencia del mundo con la responsabilidad global que esto implica. Para lograr un cambio profundo se necesita, antes que nada, un crecimiento individual y un compromiso ciudadano frente al colectivo social; colectivo, dirigido por  líderes progresistas que apuesten por la vanguardia multicultural. 

Las culturas no son entes inertes. Son procesos humanos dinámicos que evolucionan según las transformaciones y el desarrollo. Por lo tanto, es responsabilidad de cada uno, desde su propia subjetividad, apostar por los derechos y respeto a las minorías; sectores, que deben gozar de las mismas oportunidades que los ciudadanos más favorecidos. Es la única forma de invalidar la exclusión social que vive gran parte de las poblaciones mundiales. Si no, el mundo se convertirá en un campo de batallas ideológicas sin el menor respeto por la vida.

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Hacia un capitalismo progresista más humano

Carlos Rodríguez Nichols

La humanidad está enferma de codicia, de un insaciable deseo de tener más, cada vez más. Por eso, la gente consume productos innecesarios con el único fin de llenar la falta, ese faltante que nunca termina de satisfacerse. Es decir, se intenta saciar “el interminable vacío” subordinándose a los parámetros consumistas de una sociedad mordazmente neurótica.

El mandato es muy claro: producir, consumir, desechar, y, ante todo, gastar hasta lo que no se tiene. Un derroche de dinero y objetos que movilizan la economía sin importar los efectos colaterales de miles de millones de productos basura que mal-nutren a las mayorías, a multitudes incapaces de ponderar las consecuencias de estas tóxicas ingestas. Miopes industriales cuyas miradas están dirigidas a enriquecer sus intereses personales sin medir los perjuicios socio ambientales: crisis climática, contaminación de ríos y océanos y polución de grandes urbes. Mientras el modelo económico esté enfocado hacia el exclusivo enriquecimiento de un segmento de la sociedad, sin duda, prevalecerá la inequidad de los pueblos, desigualdad cada vez más profunda.

Este unilateral esquema socioeconómico conlleva serias implicaciones. A largo plazo, afecta tanto a las mayorías desfavorecidas como a los sectores privilegiados: aumento de la criminalidad, odio de clase, inseguridad ciudadana, sub economías y actividades al margen de la ley; en síntesis, sociedades malsanas en las que los individuos toman la ley en sus manos con tal de sobrevivir.

Se requiere un contundente cambio sociocultural y una reestructuración del orden global. No se trata de implementar modelos comunistas obsoletos ni izquierdismos venenosos setenteros; sino, más bien, fortalecer el sistema capitalista de forma más humana y progresista. Un capitalismo a favor del desarrollo industrial y tecnológico que beneficie a los sectores privados y al grueso de la población. Un giro socioeconómico que favorezca el bien-estar de los amplios sectores sociales.

Si no se logran estos cambios, el mundo seguirá padeciendo desigualdades, conflictos sociales, destrucción ambiental y epidemias; pandemias, que dejan profundas huellas en los sistemas sanitarios, los mercados financieros y la psique de los pueblos. El COVID-19 es claro ejemplo de esto dicho. Ante esta realidad habría que preguntarse:

¿Volverá el mundo a vivir el mismo desenfreno económico, el excesivo consumo de productos, muchas veces innecesarios, a precios escandalosos? ¿Seguirá la humanidad intoxicando los mares con toda clase de desechos plásticos, y produciendo cuerpos obesos fruto de “alimentos” con grasas saturadas, preservantes químicos y manipulados genéticamente? En fin, ¿continuará el hombre destruyendo-se, envenenado el planeta de forma irresponsable, ahogando a la humanidad en pobreza, y excluyendo a una buena parte de los pueblos de las necesidades básicas?

Una vez más, se necesita dar un paso  hacia un capitalismo más humano y menos egoísta, a políticas públicas que aboguen por la seguridad socioeconómica  de las mayorías y no solo el empoderamiento de unos pocos: ese capitalismo salvaje que ha globalizado el poder de las minorías, de unos cuantos que imponen las reglas de juego pero son incapaces de fortalecer los cimientos de las clases medias y desfavorecidas. En otras palabras, se requiere un nuevo esquema de globalización, un crecimiento más integral e incluyente con mayores posibilidades de asenso profesional y una distribución de ingresos mas equitativa. No es rebosando a la gente con “comidas chatarras”, ni tampoco inundando los mercados con teléfonos celulares y toda clase de baratijas, como progresan los pueblos.

Si se pretende construir pueblos educados, capaces de caminar al ritmo de la vanguardia científico-tecnológica, entonces, hay que proveer formación académica  y servicios de salud pública de primer orden: las herramientas más eficaces para cultivar ciudadanos cultos y responsables. Sin más, un sistema socioeconómico en el cual los ciudadanos tengan mayor acceso a los avances y frutos del desarrollo.

Esto no es comunismo, largo de ello. Es capitalismo inteligente. Un capitalismo con mirada a futuro que beneficie a productores, industriales, empresarios, y también nutra de forma sana y equilibrada las mentes y organismos de las mayorías.

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Las potencias mundiales en tiempos de Coronavirus

Carlos Rodríguez Nichols

El mundo sufre una crisis sanitaria de alarmantes dimensiones, posiblemente una de las pandemias más severas de los últimos cien años. Las personas que viven en condiciones de hacinamiento y expuestas a multitudes públicas tienen más riesgo de contraer enfermedades infecciosas y padecer serias consecuencias de salud. Esto, sumado a escasos hábitos de higiene personal, obesidad, malnutrición y secuelas patológicas derivadas del brutal desequilibrio e inequidad de los pueblos. Siguiendo esta línea, las personas menos favorecidas están más expuestos a contraer el COVID-19. Pero, las plagas no solo afectan física y económicamente a los ciudadanos, también dejan una profunda impronta en la subjetividad y el colectivo en términos generales.

En este momento, la humanidad gira alrededor de un gran dilema: sacrificar vidas, o, profundizar la crisis económica que significa mayores tazas de desempleo, pobreza e incluso aumento de criminalidad. Una apuesta que afecta el desarrollo y tiene implicaciones  sociales y económicas. ¡Si se reabre la economía a destiempo se perderán vidas, y, si no se abre, las clases menos privilegiadas tendrán que hacer lo imposible por sobrevivir! Este experimento sociopolítico pone en peligro la vida de adultos y niños, en su gran mayoría aquellos socialmente menos aventajados; sin olvidar las derivaciones negativas en las clases medias, motor del capitalismo.

Las pérdidas humanas no se limitan a un número estadístico de ciudadanos fallecidos, también afectan el mercado, la producción, la industria, las empresas y a pequeños comerciantes: a mayor número de bajas en la fuerza laboral, mayores secuelas en el engranaje mercantil y financiero. Es decir, un golpe transversal al sistema capitalista, principalmente a las naciones democráticas occidentales.

China en tanto cuna de la epidemia va un paso adelante de Occidente. Durante semanas, Pekín mantuvo silencio acerca de la nueva cepa del Coronavirus con el único fin de controlar los mercados e intereses financieros del gigante asiático. En marzo, cuando el virus se expandía por el resto del mundo, ya el pueblo chino tenía meses en aislamiento: estrategia que permitió reabrir la economía asiática cuando Europa y América apenas imponían medidas restrictivas y cuarentenas. Esto, claramente puso en jaque a Washington. De esta forma, China presionó a la potencia estadounidense a también reabrir la economía, más allá de las implicaciones sanitarias y posibles consecuencias socioeconómicas de una apertura anticipada. Decisión que, en el  caso de numerosas pérdidas humanas y económicas, afectaría a gran parte de la sociedad estadounidense.

En otras palabras, el Coronavirus se ha convertido en una apuesta ideológica de las naciones más poderosas del planeta por liderar la arena política internacional; sin duda, determinará el posicionamiento de las potencias mundiales del siglo 21. Un ajedrez entre China y sus aliados nucleares contra las naciones de Occidente; dicho en otras palabras, una contienda en la que mentes estrategas asiáticas y rusas intentan debilitar la potestad de Washington. Poder estadounidense en manos de un incapaz Jefe de Estado desconocedor de política internacional y, ante todo, ignorante en temas de Estrategia y Servicios Secretos: materias en las que el Kremlin y el Partido Comunista Chino, ambos regímenes dictatoriales, son los capos y “master-minds” de esta sinuosa ruleta política: curtidos ajedrecistas que al día de hoy lideran la jugada.

¡Ya los dados están tirados! A la humanidad no le queda otra opción que “observar” los estragos económicos y las perdidas humanas causadas por el COVID-19, y, sobre todo, el “cuestionable manejo de las grandes potencias de cara a la pandemia.

A los más ávidos de información, el sistema los “distrae” con noticias sensacionalistas, teorías de la conspiración o, en el mejor de los casos, “permitiéndoles” elucubrar opiniones personales; algunas acertadas, aunque la mayoría carentes de transparencia y veracidad. De igual forma, las líneas editoriales favorecen los intereses ideológicos y económicos de determinados sectores de la sociedad, es decir, les susurran al oído lo único que quieren escuchar. Por eso, ¡la misma noticia tiene tantos vectores como caminos que llevan a Roma! …todo depende del prisma con que se mire.

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Impacto emocional del Coronavirus

Carlos Rodríguez Nichols

La pandemia COVID-19 toca a la población mundial sin distinción de nacionalidad, clase social o género. Obviamente, las personas con una alimentación equilibrada, hábitos de higiene personal y regulación sanitaria preventiva tienen mayores posibilidades de sobrevivir la pandemia. Es decir, aquellos con mejor nivel de educación y urbanismo cuentan con más herramientas para afrontar con responsabilidad esta crisis.

Sin embargo, las secuelas emocionales del aislamiento impuesto por el Coronavirus afectan a los ciudadanos en términos generales. Dejan profundas huellas psicológicas y psicopatologías fruto de extensos períodos de  reclutamiento. Encierro que amenaza la comunicación y el contacto social inherentes al ser humano, obligando a vivir aislamientos impuestos, pérdidas de libertad y restricciones forzosas que recuerdan tiempos de guerra. No solo se trata de distancias físicas sino, aún más serio, de alejamiento social: separación y apartamiento entre comunidades, amigos y familiares. Abrazos solidarios que la tecnología ni las redes virtuales han sido capaces de remplazar. En fin, el teléfono móvil, la cibernética o la banca en línea no son suficientemente competentes para  sustituir la calidez humana.

Hoy, el mundo está expuesto a una serie de emociones cargadas de negatividad, en gran parte, debido a la falta de transparencia de algunos políticos ante esta epidemia de dudosa claridad. Esto, ha provocado el repudio de los ciudadanos hacia falsos gobernantes que opacan verdades y alteran resultados estadísticos según sus intereses partidistas. En otras palabras, engaños y desfachateces que en última instancia incrementan el irrespeto hacia “supuestos” líderes mundiales.

Ante estas mentiras, gran parte de la ciudadanía vive un desconcierto psicológico. En muchos casos, son víctimas de medios de comunicación amarillistas o de mensajes contradictorios de fuentes gubernamentales. Por un lado, el austero, riguroso y severo discurso: ¡no salgan de las casa!. Y, por otro lado, el pujante mensaje de comerciantes y empresarios:  ¡hay que movilizar la economía, reabrir negocios y servicios al costo que sea! En otras palabras, tanto las noticias sensacionalistas como la desorientación de algunos gobernantes han creado una suerte de miedo colectivo.

Terror a las consecuencias del paro económico, así como a las secuelas sanitarias debido a la temprana reapertura de la economía. Es decir, incertidumbre entre reabrir industrias y empresas o seguir recluidos por períodos indefinidos hasta reducir el número de infectados. Situación perturbadora que se traduce en angustia ante el peligro de salud pública y la eminente falta de insumos económicos: vectores que no son excluyentes y, mas bien, atentan la sostenibilidad personal y familiar.

En otros términos, simbiosis de emociones que alteran la salud mental de las mayorías ante el pánico a un virus de etiología incierta, y, pavor al contagio de una epidemia sin tratamientos eficientes o vacuna a corto plazo. En resumidas líneas, espanto frente a una posible muerte solitaria conectado a ventiladores que faciliten los últimos alientos.

Sin más,  una escabrosa realidad que entrelaza la mediocridad sanitaria de las naciones del primer mundo y los intereses políticos, ideológicos y económicos de las grandes potencias. Intereses financieros que en algunos casos rozan niveles perversos. Es decir, una coyuntura socioeconómica con derivaciones  psíquicas y emocionales sin precedente.

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Hablemos claro

Carlos Rodríguez Nichols

Hoy, Estados Unidos no es la única potencia del mundo ni es más fuerte que hace tres años. Al contrario, la actual Administración de Washington ha hecho cuatro errores garrafales con seriecísimas consecuencias a corto plazo: amenazó al dictador norcoreano con un conflicto nuclear que, al final,  resultó un pobre espectáculo circense. Declaró la guerra comercial al gigante asiático sin lograr beneficio alguno, y rompió el pacto antinuclear firmado con Irán y las potencias europeas. Y, por si fuera poco, permitió por negligencia o clientelismo el empoderamiento de Rusia en Oriente Medio y a escala mundial. Debido a estas torpezas, China, Rusia, Irán y Corea del Norte orquestados por Bejín, están estrechamente aliados contra las potencias occidentales.

En otras palabras, Beijín y Moscú han ideado un conflicto bélico “no convencional” contra las naciones democráticas occidentales que perjudica mayormente a Washington en tanto supuesto líder o, al menos, cabeza de Occidente. Este conflicto va más allá de bloqueos y tarifas comerciales o hombres muriendo en el frente. Se trata de una guerra epidemiológica planificada y construida cuidadosamente por China y Rusia en aras de un proyecto común: la dominación del mundo.

Estas potencias nucleares con absoluto control del aparato estatal se rigen según órdenes dictadas por las altas jerarquías del Kremlin y el Partido Comunista Chino, sin importar las implicaciones en ciertos sectores de la población. Para estos autócratas, algunas veces es necesario sacrificar un número de ciudadanos con tal de fortalecer el Estado como potencia mundial. En otras palabras: el fin justifica los medios.

El contagioso y letal virus Covid-19 es el medio idóneo para crear una paranoia colectiva a nivel mundial, obligando al mundo a un aislamiento social y económico sin precedente. De esta forma, cercando a las personas de manera masiva ejercen el control social y económico de las naciones competidoras, especialmente, de potencias rivales. En otros términos, un contundente golpe del bloque de naciones autócratas no-occidentales.  Un duelo entre las dictaduras comunistas euro-asiáticos y las potencias democráticas occidentales, éstas últimas dirigidas, si cabe tal nomenclatura, por un desconocedor de política y economía internacional.

Gran parte del desequilibrio mundial es achacable a las torpezas internacionales llevadas a cabo por la actual Administración de Washington. Responsables de la álgida distancia entre la Casa Banca y las potencias aliadas europeas, así como por el menosprecio a organismos internacionales, fundados hace setenta años en aras de la paz mundial.

Todo esto, ante el silencio de un importante sector empresarial que aún alaba al jefe de gobierno estadounidense: una supra proyección de ellos mismos potenciada al más alto rango mundial. Al extremo, que sus fervientes seguidores desoyen las agudas carencias del presidente, sus continuos baches intelectuales y los vergonzosos desconocimientos en temas internacionales. Y, no solo eso. La magra inteligencia emocional del mandatario, ahondado, a una obtusa testarudez e ignorancia global le han impedido escuchar a decenas de consejeros que finalmente perdieron sus investiduras por no acceder a las irracionalidades del explosivo presidente.

Sin mas, un burdo empresario con turbio pasado que logró escalar el pico más alto  de la cima burlando barreras y deshaciéndose de quién estorbe a su lado. Este incapaz “dirige” el mundo en una de las crisis sanitarias y económicas más contundentes de la historia contemporánea: prueba irrefutable de la vulgarización a nivel mundial, de conductas y comportamientos diametralmente antagónicos a los principios de honestidad y lealtad. En fin, filosofías de vida incompatibles con los valores de próceres de la patria, de aquellos hombres y mujeres honorables  que construyeron los pilares de la historia.

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El liderazgo en tiempos de coronavirus

Carlos Rodríguez Nichols

El mundo está viviendo una de las crisis más amenazantes del siglo. Una guerra biológica en la que jóvenes y adultos sin distinción de género, escolaridad o clase social son víctimas de esta epidemia, que afecta de forma letal especialmente a los sectores más vulnerables de la población. Esta nueva cepa de coronavirus golpea tanto a países del primer mundo como a naciones en vías de desarrollo, estos últimos, con mayores limitaciones económicas, sociales y culturales para hacer frente a emergencias poblacionales. Millones que viven en estado de miseria, hacinamiento y carentes de las necesidades básicas. Esto, sin pasar por alto los cientos de miles apiñados en campos de refugiado sin acceso a agua potable y  mínimas condiciones sanitarias facilitadoras de enfermedades contagiosas. En otros términos, aglomeraciones poblacionales sumado a falta de higiene, precaria alimentación y paupérrimos servicios sanitarios son el escenario perfecto para el desarrollo y dispersión del Colvid-19.

Según la Organización Mundial de la Salud aproximadamente un millón de personas alrededor del mundo se han infectado en las últimas tres semanas, dejando un saldo de casi setenta mil muertos a la fecha. Inquietante situación que excede la capacidad de centros hospitalarios y pone en riesgo la vida de amplios segmentos de la ciudadanía, entre ellos profesionales de la salud. En Estados Unidos se registran al día de hoy casi trescientos mil personas contagiadas con el Covid-19 y alrededor de siete mil muertos, es decir, el doble de las víctimas fallecidas en el atentado terrorista de las Torres Gemelas. Pero, no tiene sentido intentar minimizar ni comparar esta pandemia con acontecimientos trágicos del pasado: sería una estrategia fallida y carente de todo respeto. En la actual guerra biológica todo tiempo perdido conlleva un alto costo de vidas y mayor propagación del virus.

Ante esta epidemia global, el mundo requiere de líderes que afronten esta epidemia  de manera responsable. Por lo tanto, no es el momento para disparatadas elucubraciones, ideas irracionales, pensamientos mágicos, ni mucho menos proyecciones anecdóticas. En tiempos de emergencias nacionales se requiere de políticos capaces de trasmitir seguridad a los ciudadanos. Gobernantes capaces de ponerse en el lugar de las familias desoladas, y con la suficiente algidez mental para resolver las consecuencias sociales y económicas que desbordan a una gran parte de la población. Sobre todo, se necesita políticos con inteligencia emocional y habilidades sociales para comunicar mensajes claros a la ciudadanía. Ante todo, gobernantes que  sepan callar cuando carecen de conocimientos profesionales especializados. No son tiempos para imprevisiones, continuas contradicciones ni erratas cometidas por hablar a la ligera.

La emergencia mundial generado por el Covid-19 exige un líder a la cabeza del mundo respetuoso de la rigurosidad científica, en clara oposición a teorías baldías de carácter populista: demagogias infundadas que exponen a sus pueblos a graves consecuencias sanitarias por desoír evidencias de carácter investigativo. Se necesita un líder capaz de unir a la comunidad de naciones bajo un misma metodología de acción, indistintamente de colores políticos o paradigmas ideológicos.

Los países occidentales deben trabajar de forma conjunta para afrontar las derivaciones sociales y económicas que golpean a la humanidad y amenazan un futuro sombrío. Desafortunadamente, muchos van a morir. Los sobrevivientes tendrán que asumir las pérdidas de seres queridos, y los lastres económicos que afectarán a la gran mayoría. En otras palabras, un caos socioeconómico del cual tomará meses o incluso años salir a flote.

Niños y adolescentes, adultos y ciudadanos mayores naufragan en océanos de incertidumbre. Cada uno, carga sobre su existencia la espada de Damocles. Arma filosa que pende sobre la cabeza de ricos, pobres, letrados o analfabetas. No importa el origen ni los muchos o pocos privilegios que tengan. Todos, indistintamente de las cualidades personales, viven esta muerte silenciosa en la soledad de su propio aislamiento.

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Impacto del coronavirus en la economía

Carlos Rodríguez Nichols

El coronavirus ha puesto en jaque a la población mundial. El mundo está expuesto a esta epidemia a nivel global y a serias implicaciones principalmente en salud y economía. Es decir, un problema de salud pública que amenaza la estabilidad política y económica de la comunidad de naciones. También, pone a prueba la eficiencia o más bien la disfuncionalidad de políticas públicas sanitarias para enfrentar el impacto de este virus altamente contagioso que multiplica día a día el número de casos y muertes.

En un principio, se pensó que no era más que una vorágine de noticias amarillistas de medios de comunicación catastrofistas. Algunos gobernantes subestimaron la magnitud de esta epidemia desoyendo las grabes consecuencias. Políticos populistas de izquierda y derecha que culparon a los partidos de la oposición y a la prensa por alarmar a la población. El tiempo ha demostrado las erratas de estos demagogos, desaciertos, que retrasaron  el control del virus en etapas iniciales.  Hoy, la mayoría de los gobiernos, incluso aquellas administraciones que en un principio manifestaron comportamientos irresponsables frente al virus, finalmente han tomado medidas drásticas para controlar la pandemia: regulaciones que desafortunadamente impactan de forma negativa la economías.

Un desequilibrio económico a nivel mundial conlleva repercusiones en comercio internacional y medio ambiente, y abrumadoras consecuencias en la fuerza laboral. En otras palabras, la caída del consumo de bienes y servicios afectará de forma global la agricultura y la cadena de distribución de insumos, así como la industria y el turismo para mencionar algunos rubros; en fin, producirá un estrepitoso descalabro financiero a gran escala.

El cierre de comercios, bares, clubs, eventos públicos y privados, así como la cancelación de vuelos y cierres de centros turísticos crearán una desaceleración económica y una eminente recesión económica a futuro cercano. Escenario en el cual las inversiones extranjeras y el fructífero mercado inmobiliario experimentarán una de las mayores bajas de los últimos tiempos. Esto, sin duda, tendrá serias consecuencias en las clases menos privilegiadas: camareros, cocineros, dependientes de tiendas, hoteles y supermercados, personal de gimnasios, teatros y cines, choferes de buses, taxistas, empleados de líneas aéreas y aeropuertos. En otras palabras, la mayoría de los ciudadanos de países de primer mundo y, aún mas serio, de aquellas naciones en vías de desarrollo. Es decir, el grueso de la población que vive de un salario mensual para cubrir necesidades básicas y obligaciones financieras previamente establecidas: alquileres, hipotecas, deudas y prestamos universitarios.

Debido a esta categórica desaceleración económica muchas personas tendrán que alejarse de sus fuentes de trabajo, lo que aumentará radicalmente los índices macroeconómicos de desempleo. Paralización económica que producirá millonarias quiebras materiales sumado a pérdidas de vidas, algunas en edades productivas. Sin más, una crisis socioeconómica que afectará a la población mundial de manera transversal sin distinción de clase social o escolaridad. Todos, de alguna forma, ya somos o seremos testigos de esta pandemia.

Y, lo más serio está por venir. La mayoría de la gente aún no ha vivido los nefastos alcances de este virus en carne propia, dado que la epidemia todavía no ha aquejado a sus familias, amigos, vecinos y compañeros de trabajo de manera directa. El día que empiece a verse el entorno inmediato disminuido por este contagioso virus,  entonces, la incertidumbre y el pánico profundizarán en mayor grado las derivaciones económicas de los ciudadanos. Una vez más, ¡lo peor está a la vuelta de la esquina!

Sin duda, el mundo se perfila hacia una recesión económica sin precedentes, mucho más profunda que la vivida décadas atrás. Ejemplo de esto, es el desplome de mercados bursátiles alrededor del mundo que han llegado a trastocar los peores índices desde aquel lunes negro de octubre del 87. Un panorama sombrío más allá de ideologías políticas o adhesiones partidistas: una escabrosa realidad que coacciona la salud mundial amenazando vidas de miles de hombres, mujeres y jóvenes, así como el equilibrio económico y financiero de la comunidad de naciones.

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Epidemias del siglo 21

Carlos Rodríguez Nichols

En los últimos veinte años han aparecido enfermedades infecciosas de múltiples etiologías causando un impacto en la salud y en los patrones de mortalidad a nivel global. En muchos casos, epidemias transmitidas al hombre por una diversidad de animales: cerdos, aves, y murciélagos que constituyen el reservorio de ciertos virus. Entre ellos, vale mencionar el SARS que emergió de China extendiéndose por varios países afectando a miles de personas y dando muerte a centenas de inocentes. Asimismo, en 2011 apareció en México una epidemia ocasionada por la influenza porcina dejando su huella en más de 120 países. También, en 2013 se propagó un virus causante de enfermedades respiratorias identificado como una variante de la influenza aviar. Siguiendo esta línea, se puede identificar la estrecha relación entre enfermedades virales y alguna especie animal. Ante esto, la utilización de animales por el hombre es un irrefutable factor de propagaciones epidémicas.

El crecimiento de la población mundial, los cambios climáticos, la apertura de fronteras comerciales y la masificación de viajeros, son indudablemente otros de los  factores atribuibles a las epidemias mundiales. Esto, sin olvidar la manipulación de microorganismos como armas biológicas contra poblaciones y  potencias enemigas. Así como el mundo está globalmente interconectado por medio de redes comerciales, financieras y medios de comunicación que condicionan a las poblaciones bajo una misma estructura de comportamiento, de igual forma se propagan pandemias afectando la salud mundial a gran escala, es decir, epidemias de rápida extensión que infectan a miles y centenares de miles. Las poblaciones al carecer de protocolos inmunológicos son altamente susceptibles a las diferentes cepas de virus, lo que complica el conocimiento y gravedad de las epidemias. Por eso, la contención de brotes epidémicos en sus inicios es una de las estrategias más efectiva para combatir los virus. Competencia que exige una interacción multisectorial de expertos de la salud, medios de comunicación, entidades gubernamentales y una sostenible inversión financiera en investigación epidemiológica.

La actual pandemia del coronavirus, hasta ahora de origen desconocido y sin vacuna a corto plazo ni un tratamiento específico, aumenta a mas de cien mil casos confirmados. Esta crisis sanitaria que afecta a poblaciones sin distinción de raza, género o clase social alrededor del mundo requiere políticas públicas globales, en otras palabras, coordinación internacional para controlar el virus. Realidad mundial en la que debe entrelazarse el campo de la salud, políticas públicas y medidas económicas a corto y mediano plazo. En otros términos, pone a prueba la capacidad de los centros sanitarios y el equipo hospitalario necesario para hacer frente al creciente número de personas infectadas o en proceso de observación. Para ello, se necesita mayor interacción investigativa entre entidades académicas, tecnología e instituciones científicas, sabiendo de ante mano que los virus causantes de epidemias y pandemias en la actualidad no son estrictamente virus  nuevos, sino en muchos casos diferentes cepas de virus anteriormente existentes.

Por otro lado, los gobiernos deben implementar campañas educativas para que los ciudadanos se comprometan a realizar una constante higienización personal y  lleven a cabo las medidas recomendadas con el fin de evitar una mayor propagación del fenómeno pandémico. También, se requiere el correcto liderazgo de jefes de estado y sus equipos de gobierno para atacar esta epidemia de alcance pandémico: reto político que exige asumir con responsabilidad las pérdidas humanas así como las consecuencias económicas estrechamente ligadas al pánico colectivo mundial frente a este fenómeno epidemiológico. En otras palabras, pavor a lo incierto y a la génesis de la pandemia. Especialmente, su acelerada y amenazante circulación producto en gran parte de las ineficientes políticas unilaterales y poca transparencia de algunos gobernantes de cara a esta epidemia de fácil contagio.

Es hora de dejar de lado discursos vacíos y verdades a medias. Cada día que se pierde significa mayor propagación del virus, el eminente colapso de centros sanitarios y consecuentemente pérdidas humanas. El mundo está en alerta roja, quien no lo quiera entender atenta contra su propia vida y desafía el entorno de forma irresponsable.

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Guerras biológicas

Carlos Rodríguez Nichols

La utilización de agentes biológicos contra naciones rivales y poblaciones determinadas se ha realizado a lo largo de la historia, especialmente durante las Grandes Guerras del siglo veinte así como en el período de la Guerra Fría. Décadas de obscurantismo imperialista en las que Estados Unidos y la extinta Unión Soviética  desarrollaron agentes biológicos previamente experimentados por los nazis en campos de concentración. En las guerras biológicas se emplea intencionalmente virus, bacterias y productos tóxicos con el fin de ocasionar lesiones físicas y psíquicas a pueblos enemigos.

En 1941 Japón desarrolló bombas cargadas con agentes de la peste bubónica usadas contra los chinos, y siete años después la milicia judía Haganá liberó bacterias de tifus Salmonella causando un brote de tifoidea. Durante la Guerra de Corea, China y Corea del Norte acusaron a Washington de emplear armas biológicas a gran escala, entre ellas, el uso de insectos portadores de enfermedades letales. En otros términos, el uso de la ciencia epidemiológica en aras de destrucción de masas ha sido utilizada por las grandes potencias como estrategia de guerra en conflictos bélicos. Es decir, pone el conocimiento de la epidemiología al servicio de mentes retorcidas capaces de convertir los agentes infecciosos en armas biológicas destinadas a métodos de exterminio a gran escala; o sea, actos criminales que pueden desencadenar cuadros clínicos, enfermar e incluso matar a sectores vulnerables de la población. Así, estos “comisionados de la muerte” crean terror colectivo y desequilibrio en gobiernos de naciones antagonistas.

Los agentes biológicos no solo constituyen una amenaza sin precedente, sino pueden ser causantes de muertes de miles y millones de seres, afectando el medio ambiente en términos generales con secuelas económicas a mediano y largo plazo. De esta forma, los avances científicos en biología, tecnología e ingeniería genética permiten modificar y crear microorganismos resistentes a tratamientos, lo que dificulta cada vez más la búsqueda de vacunas y la radicación del fenómeno viral. Claro, los agentes biológicos afectan tanto al enemigo como a las propias poblaciones vinculadas a aquellos sectores donde el móvil infeccioso adquiere mayor fuerza y contagio. Según estos obcecados paladines imperialistas, algunas veces es necesario sacrificar un ínfimo número de los propios ciudadanos con tal de no incidir en mayores pérdidas económicas y detrimentos de la autoridad regional.

Ante esto, vale preguntarse si la actual sepa de coronavirus, de origen “desconocido” y aún sin protocolo de inmunización, es un agente biológico producido con fines políticos y económicos para disminuir a ciertos grupos de poder. Si fuese así, el coronavirus podría ser una estrategia del gigante asiático para poner un alto a las manifestaciones y revueltas callejeras llevadas a cabo en Hong Kong, rebeliones que han causado billonarias pérdidas de dinero a la potencia china amenazando la hegemonía continental de Pekín frente a las potencias occidentales. En este caso, el virus intentaría poner fin a las escandalosas protestas anti sistémicas contra el poderoso aparato estatal comunista chino.

También, serviría como instrumento de contención a las cometidas tarifas comerciales incurridas por Washington ante la silenciosa mirada global. En otras palabras, un ultimátum a la primera potencia mundial responsable de la descabellada guerra comercial entre Washington y Pekín, y el irrespeto de la actual administración estadounidense a los tratados internacionales. Sin duda, una efectiva estrategia para mostrar a la primera potencia mundial el alcance de China en la utilización de armas biológicas y el avance de Pekín y Moscú en inteligencia cibernética: estrategia  capaz de interferir en elecciones de naciones rivales, ciertamente causante del menoscabo a la democracia occidental en gran parte del continente europeo y Latinoamérica.

Una vez más, la manipulación de agentes biológicos con fines bélicos se ha utilizado como armas letales desde la Edad Media. Sin embargo, en la actualidad, las redes sociales y los medios de comunicación globalizados potencializan el pánico colectivo a lo largo y ancho del planeta. Esto, sumado a la masificación de viajeros entre naciones y continentes: actores facilitadores de la transmisión del virus de forma exponencial sin distinción de raza, género, nacionalidad o estrato social. Siguiendo estos preceptos, todos podemos estar expuestos a estas pestes endémicas producidas sin el menor reparo en laboratorios clandestinos, al servicio de los intereses económicos y políticos de ciertos grupos de poder.

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El extraño de la camada

Carlos Rodríguez Nichols

El extraño es el diferente de la manada, aquel que se distingue del resto de la jauría humana. Ese que por incomprensibles leyes de la naturaleza no es igual a todos los suyos: se distancia de lo socialmente aceptado por la generalidad, por esa mayoría incapaz de cuestionar las rígidas estructuras establecidas durante siglos o impugnar “esos supuestos valores” que en repetidas ocasiones son más desvalorizaciones y pusilanimidades que construcciones éticas.

Por eso, los extraños no son sólo aquellos provenientes de otras nacionalidades o soberanías. El extraño también existe entre los de su misma colmena y, aún más, entre la misma camada. Ejemplo de esto dicho, son las personas categorizadas con la nomenclatura de raros, los carentes de virilidad o del comportamiento que se espera de su género. Todo aquel que carece del brío suficiente para ser calificado como un hombre de verdad, el macho alfa desde una conceptualización animal. En otras palabras, son juzgados como anómalas perversiones humanas a las que hay que humillar y demoler física y emocionalmente al punto de castigarles con penas deplorables según la ortodoxia religiosa de ciertas culturas o movimientos sociopolíticos.

Este nivel de barbarie contra ciertos grupos sociales existe actualmente en naciones supuestamente cultas y civilizadas: rusticidad y tosquedad que  se ha fortalecido en las última década con el respaldo de grupos extremistas ultraconservadores. En otros términos, un retroceso al subdesarrollo comportamental  llevado a cabo  por blancos europeos cristianos en tierras africanas y naciones petroleras cien años atrás.

También, el enfermizo narcisismo y superioridad de ciertos grupos de poder hacen que algunos repudien a  aquellos de piel negra o aceitunada, esos con un “no-blanco” lo suficientemente oscuro para ser menospreciados en tanto ciudadanos de  segundo rango; es decir, una suerte de soldados rasos en posición de inferioridad. Claro, cuando estos “extraños” cuentan con empoderadas fortunas a sus espaldas, entonces, los afeminados se convierten en caballeros de fina estampa y, algunos, oriundos amestizados son considerados rarezas de acusadas inteligencias. Sin embargo, no todas estas insólitas “a-normalidades” gozan de los mismos privilegios.

Por ejemplo, el inversionista por más extraño que sea se le invita a licitaciones comerciales y hasta se le abren las puertas de jeques, reyes y jerarcas. Éste se considera “un valor agregado”, un plus a la economía y el desarrollo del país de acojo. A estos no se les juzga con la vara de inquisición con que se mide el color de la piel o las marcas culturales de los desafortunados. Incluso, cuando cuentan con el respaldo de sumas millonarias personales, los velos y exuberancias son vistas como íconos de excentricidad. Sus palacios flotantes naveguen las costas europeas, aunque sus orígenes no son tan diferentes a los de esas masas migrantes que se juegan la vida atravesando el Mediterráneo: multitudes de hambrientos que huyendo de guerras y hambrunas se cuelan por cualquier hendija fronteriza, burlan controles y autoridades y se enfrentan al desprecio de un nada desdeñable número de ciudadanos de primer mundo.

A estos desdichados no se les considera extranjeros respetables, sino viles extraños, intrusos que amenazan la estabilidad social de cunas civilizadas. Es decir, desechos de lejanas latitudes relegados a una absoluta deshumanización. Deshumanización que se cuantifica en cargas financieras; costes, que estas hordas representan para las naciones receptoras.

Sin más, la aparente formación académica en urbes desarrolladas, y el progreso tecnológico de las naciones industrializadas se ponen a prueba al desvelarse la verdadera realidad del ser humano: la codicia y la crueldad. En otras palabras, la falta de humanidad. Humanidad eclipsada por anacrónicas etiquetas que categorizan a las poblaciones según signos externos o posesiones personales.

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