Polarización social

Carlos Rodríguez Nichols

Los años de la Guerra Fría quedaron relegados a buena parte de la historia del siglo veinte. El mundo dejó de estar controlado por Estados Unidos y la extinta Unión Soviética y sus respectivos satélites. El final del poderío comunista y la caída del Muro de Berlín marcaron un nuevo hito político a nivel internacional. El mundo apostó por la unilateralidad democrática estadounidense sin rival alguno: sueño que en años posteriores se desbordó en un capitalismo salvaje, es decir en un monopolio ideológico y financiero que despertó la furia de grupúsculos y organizaciones alrededor del mundo.

La primera década del siglo 21 fue testigo del derrumbamiento de las Torres Gemelas, ícono de la médula financiera neoyorkina y del supuesto indestructible poder absoluto de Washington a escala económica y militar. El frenesí norteamericano como única potencia planetaria llegó a su fin ante la magnitud de los ataque aéreos contra la meca capitalista estadounidense perpetuados por musulmanes saudís en su mayoría. En otros términos, el 11 de septiembre del 2001 cambió el equilibrio de poderes a nivel global. Cambió la ecuación desde diferentes aristas, por más que ciertos grupos de poder insistan en un ultranacionalismo, la supremacía de género, racial y religiosa.

Esto a polarizado el mundo entre Occidente y no Occidente, entre los países del primer mundo en contraposición a las naciones petroleras de Oriente Próximo pertenecientes a civilizaciones que se remontan a siglos de existencia. Así, aquel equilibrio de poderes del siglo veinte se ha transformado en una multiplicidad de naciones atómicas que pretenden conquistar el mundo según sus propios intereses económicos y geopolíticos; grupos de poder que cuentan con el apoyo de entidades financieras, compañías multinacionales y medios de comunicación afines a sus doctrinas políticas y aspiraciones económicas. Esto, sumado a mafias de cuello blanco que interactúan, codo a codo, con dignatarios y “respetables personalidades” en el ámbito político internacional con el único fin de escalar posiciones y el derecho de interceder en decisiones globales.Pero esto no es todo.

En la actualidad coexisten organizaciones terroristas y redes de narcotráfico auspiciados financieramente por naciones imperialistas deseosas de ampliar sus tejidos de poder. Ahí, la alianza entre Washington y Arabia Saudí, así como el ascendente control de Rusia en Siria, Irán y Líbano, o la expansión del gigante asiático en Latinoamérica y gran parte de África. Ante esta realidad, ya no se trata de polaridades exclusivamente ideológicas como en el pasado. Sino, fuerzas provenientes de diferentes culturas, civilizaciones y credos religiosos que reclaman sus derechos imponiendo su huella en el mapa mundial.

Frente a esto, las naciones tercermundistas explotadas hasta la saciedad por imperios económicos hoy se revelan, cada vez con más brío, ante las políticas expansionistas de Europa, Estados Unidos, Rusia y China: paladines  político-financieros a escala global durante los últimos siete siglos. Esta ascendente vorágines social ha fortalecido el fundamentalismo de extremistas y seguidores de “mitos y realismos mágicos” antagónicas a la apertura y modernización de sociedades industrializadas y tecnológicas contemporáneas. Contemporaneidad “en cuestión” ante el surgimiento de masas ignorantes alabadoras de dogmas supuestamente espirituales y figuras míticas medievales.

Por eso, la importancia de la educación de masas en tanto herramienta de superación individual y desarrollo del colectivo social en su totalidad. Desde esta perspectiva, el hombre antropológicamente hablando sin diferencia de raza, género ni credo religioso, debería tener la posibilidad de crecer en los diferentes campos de su vida tanto física, psíquica como social; ejerciendo así, la capacidad subjetiva de decidir sobre su lugar como ser sexuado, sus creencias  religiosas o en su contra posiciones agnósticas, y líneas de pensamiento muchas veces contrarios a lo que se espera de su condición social. Algo inimaginable y fuera de todo espacio discursivo en décadas atrás, incluso, en un pasado reciente.

En otros términos, la polarización mundial no se limita exclusivamente al comunismo y capitalismo como en la era de la Guerra Fría. Ahora, emerge con fuerza una colisión o pugna entre civilizaciones; cada una, embanderando sus recursos y potenciales naturales, su propia lengua y herencias culturales, y convirtiendo al mundo en caldo de cultivo de posibles conflictos a gran escala capaces de destruir gran parte de la humanidad. No es nada nuevo, se cuestionarán algunos, pero indudablemente sí lo es.

Hoy, ocho naciones tienen la capacidad atómica sumado a otras dos en camino de desarrollar un poderío nuclear lo suficientemente competente  para producir una catástrofe humana, ecológica y ambiental. Es decir, la humanidad pende del equilibrio de poder de estas ocho naciones y de la ponderación psíquica e intelectual de apócrifos “supra gobernantes” que dirigen el mundo. Sin embargo, muchas veces las guerras son producto de erratas y desinformación de los servicios inteligencia o simplemente de brutales “desviaciones humanas”. En otros términos, inexactas percepciones de la magnitud militar y destrucción masiva de naciones rivales, es decir, potencias que compiten por cuotas de poder en la arena política internacional.

DSCF5275 (1)